La homeopatía «trata» la enfermedad mediante la administración de dosis extremadamente bajas de sustancias u oligoelementos varios, de acuerdo al dogma, jamás demostrado, según el que «lo semejante cura lo semejante» («similia similibus curentur»).
La oferta homeopática consiste en administrar al enfermo dosis bajísimas de las mismas sustancias que, a dosis normales causarían en personas sanas un cuadro clínico similar al de la enfermedad que se pretende curar o aliviar.
Por ejemplo, el remedio homeopático Allium cepa deriva de la cebolla común. El contacto con cebolla cruda da lugar a secreción lagrimal por su acción irritante sobre la mucosa de nariz y ojos. Todos lo hemos experimentado alguna vez cuando cortamos una cebolla, o nos hallamos próximos a quien lo hace. El preparado homeopático a base Allium cepa se prescribe en personas con irritación de la mucosa ocular y nasal, sintomatología habitual de los procesos alérgicos, la otrora denominada «fiebre del heno».
Otros remedios homeopáticos están elaborados con extractos de plantas muy conocidas, como las hojas de belladona, la flor de árnica, y la camomila; pero también con minerales como el sulfuro o metales como el mercurio; así como productos de origen animal como la tinta de calamar y venenos de serpientes. La variedad de sustancias usadas en las formulaciones homeopáticas es casi tan amplia como la imaginación y disponibilidad de los formuladores.
El proceso de preparación de estos remedios se fundamenta en diluciones sucesivas, de tal suerte que «cuanto mayor sea la dilución (menor la concentración) de la sustancia, mayor es la eficacia del preparado».
La homeopatía se ha querido promocionar como una «medicina individualizada», en el sentido de adecuar el remedio a cada paciente, de tal suerte que una misma enfermedad se puede abordar por los homeópatas con remedios distintos. Este hecho, promocionado por la medicina homeopática como una virtud, es, en verdad, paradigmático de la insolvencia de dicha praxis terapéutica.
La homeopatía adquirió cuerpo de doctrina gracias a Samuel Hahnemann a partir del año 1807. Algunos alumnos, convencidos se convirtieron casi en apóstoles de dicha práctica aseverando logros médicos jamás demostrados y menos aún explicados. Téngase en cuenta que la homeopatía surgió en un época en que los médicos daban por cierto que las enfermedades se transmitían por miasmas. Todavía no había surgido la microbiología. Por otra parte la escasez de medicinas fiables otorgaba credibilidad a casi cualquier remedio que aliviase la enfermedad. No era necesario análisis ni comprobación previa. Los estudios clínicos se iniciaron a partir de la introducción del antibiótico Estreptomicina para el tratamiento de la tuberculosis en la década de 1940. Al albur de la inexistencia de una verdadera ciencia farmacológica, casi cualquier remedio era bien recibido por la medicina que, no lo olvidemos, muchas veces ha progresado a partir de la adopción de remedios tradicionales usados por las gentes desde antiguo.
El efecto placebo es parte consustancial de cualquier práctica médica. Las personas suelen mejorar tras la visita a un médico que les inspire confianza. Y el efecto placebo (etimológicamente «complacer») es bien conocido, incluso evaluado, en la farmacología. Se le tiene en cuenta a la hora para estimar la eficacia de cualquier nuevo medicamento. Los pacientes que reciben placebo en lugar del medicamento, mejoran por el convencimiento de estar siendo tratados. Una acción similar podría explicar el efecto, para algunas personas indiscutible, de la homeopatía.
Zaragoza a 17 de octubre de 2017
Dr. José Manuel López Tricas
Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria
Farmacia Las Fuentes
Zaragoza