Economía y salud

La salud de la economía de un país y la salud de sus ciudadanos están estrechamente interconectadas; pero no siempre en el sentido que se podría inferir a primera vista. Hay sorpresas.  En los escenarios en los que la economía se consolida y el desempleo disminuye, la mortalidad ¡aumenta!, si bien a corto plazo. Con una perspectiva mayor la salud económica y la sanitaria corren parejas, como dicta el sentido común.

Un estudio retrospectivo realizado en la Unión Europea ha recopilado información anterior a, y durante, la última Gran Recesión que comenzó en otoño de 2008. Halló que con cada incremento del 1% en la tasa de desempleo la mortalidad global disminuía un 0,5%. Otros estudios realizados tanto en Europa como en Estados Unidos han confirmado esta relación de manera bastante fidedigna.

Esta relación inversa entre deterioro de las condiciones de vida y mortalidad parece ilógica. Cabría pensar que con una economía más boyante se dispondría de más recursos para promocionar la salud y el bienestar general.

Una economía en crecimiento genera mayores ingresos, pero a costa de una mayor contaminación. La relación entre producción de bienes y polución es inobjetable. Y el deterioro de las condiciones medio-ambientales ejerce un efecto indubitado sobre la salud. Según algunos investigadores (David Cutler y Wei Huang, de la universidad de Harvard; y Adriana Lleras-Muney de la universidad de California, Los Ángeles), al menos dos terceras partes del incremento de mortandad global son achacables al deterioro del medio ambiente en un contexto de mayor dinamismo económico.

La situación es diferente en economías basadas primordialmente en la agricultura. En sociedades predominantemente rurales la mejora de la economía se traduce en una disminución de la mortandad global. Esta correlación unívoca cambió a partir de 1945, final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las sociedades occidentales se recondujeron hacia una concentración de la población en grandes urbes.

Otra investigación publicada en la revista Health Economics refuerza la hipótesis de la contaminación. Una investigación epidemiológica suscrita por José Tapia Granados de la universidad de Drexel (Philadelphia, Pasadena), Estados Unidos) y Edward Ionides de la universidad de Michigan (Estados Unidos) hallaron la siguiente relación: por cada incremento de un punto porcentual de la tasa de desempleo se observa una disminución del 1% en la mortalidad, tanto por causas respiratorias como cardiovasculares. En ambos tipos de patologías la contaminación ambiental representa un vector importante.

Por ejemplo, en España, donde la Gran Recesión fue más dramática, entre los años 2008 y 2010 la mortalidad debida a enfermedades respiratorias se redujo un 16%, mientras que durante un período de tiempo similar anterior a 2008 la disminución de estas patologías fue del 3,2%.

Existen otros factores que contribuyen a elevar la mortalidad durante las fases de expansión económica. Los riesgos ocupacionales, el estrés laboral, el consumo de bebidas alcohólicas y tabaco, la mayor movilidad, son factores que inciden en un aumento de la mortalidad global.

Durante los períodos de recesión las personas llevan un estilo de vida más comedido, gastan menos, comen más sano (comer poco es fuente indubitada de buena salud), duermen más y sus actividades se reducen. En resumen, viven, muchas veces sin ser conscientes, de modo más saludable.

Otro estudio epidemiológico evidencia que una mayor tasa de desempleo se asocia con menos obesidad, mayor actividad física y mejor dieta (no excesos culinarios). Por el contrario, los casos de suicidios aumentan, pero no hasta el grado de contrarrestar en términos estadísticos los beneficios antes comentados.

Como se ha escrito al comienzo del artículo, aun cuando a corto plazo las depresiones económicas aumentan la esperanza de vida, medida en términos de una reducción de la mortalidad, a largo plazo (décadas) la economía y la salud de la población corren parejas. Así se observó en Japón durante los ciclos expansivos de las décadas de 1960 y 1970. Y así se observó también, en sentido contrario, durante la Gran Depresión mundial de la década de 1930, cuando se redujo sustancialmente la esperanza de vida.

Las naciones más ricas son también más saludables, un efecto que se mantiene a través de generaciones. Los niños y adolescentes son particularmente sensibles durante su etapa de formación.

La vida intrauterina ejerce una trascendente influencia sobre nuestro desarrollo en la vida, influyendo en aspectos tan variopintos como el grado formación académica, el nivel salarial conseguido; y, consiguientemente, nuestra salud y longevidad.

No hay dudas acerca de que el aumento de los estándares socio-económicos mejoran las condiciones de vida de los ciudadanos, pero raramente del modo igualitario que sería deseable.

Zaragoza a 19 de octubre de 2017

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza

Share this post

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*