Aun cuando distintos estudios epidemiológicos ofrecen resultados dispares, existe consenso en el hecho de que la hipertensión afecta a una parte sustancial de la población adulta en todos los países del mundo.

Se conoce bien que diversos grupos de medicamentos elevan la presión arterial: los antiinflamatorios no esteroides (AINEs), los antidepresivos inhibidores de la re-captación de serotonina (SSRI, de su acrónimo en inglés) y los esteroides. Existen otros menos conocidos que también incrementan las cifras tensionales. Así sucede también con algunos preparados de herboristería que no precisan prescripción médica para su adquisición en farmacias.

Las cifras aceptables de presión arterial (sistólica y diastólica) varían en función de la edad, pero también según diversas guías clínicas. Por ejemplo, hace algunos años las recomendaciones de la Asociación Americana de Cardiología aceptaban como normales valores que no sobrepasasen 140/90, sobre todo a partir de la sexta década de vida. Sin embargo, el 22 de noviembre (Día de Acción de Gracias – Thanksgiving Day) de 2017 rebajó el objetivo deseable a 120/80. Ese mismo día, varios millones de estadounidenses pasaron a ser hipertensos por mor de una decisión basada en estudios estadísticos financiados por laboratorios farmacéuticos fabricantes de fármacos antihipertensivos que vieron así ampliarse sus expectativas de negocio. [Los criterios de las sociedades científicas europeas continúan aceptando los valores 140/90 como normales].

Como se sabe, la hipertensión arterial crónica es un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular (manifestada mayoritariamente como infartos, ictus y hemorragias cerebrales) y renal; pero también de procesos degenerativos tales como demencias de origen vascular.

Se ha hecho hincapié en el aumento de patología mental durante la actual pandemia de coronavirus covid-19; pero se ha hablado menos de sus consecuencias sobre los valores de presión arterial en la población independientemente de que estén tomando, o no, medicación antihipertensiva. Se ha observado un mayor incremento de la presión sistólica que diastólica. Además la elevación de las cifras tensionales fue más significativa en mujeres. Sin embargo, no se ha tenido en cuenta un sesgo importante, la etnia, sobre todo porque la hipertensión es más común entre los afroamericanos que entre los caucasianos (de raza blanca).

Este incremento promedio de los valores tensionales tendrán un efecto sobre la prevalencia de infartos, accidentes cerebrovasculares (ictus) y enfermedades renales y oculares. Se podrían considerar efectos colaterales de la pandemia, tanto si se ha enfermado de covid-19, como si no. Estas consideraciones han sido objeto de una Carta al Director en la revista médica Circulation.

Por otra parte, la hipertensión es un factor predisponente y agravante de la infección covid-19.

Las alteraciones (estadísticamente) siguieron la cronología temporal de la pandemia cuando las personas redujeron su actividad física, descuidaron su alimentación y durmieron peor. Así mismo, el acceso a la atención médica primaria se precarizó.

Los tratamientos farmacológicos mantienen la presión arterial en cifras aceptables a lo largo del tiempo. Sin embargo, algunos factores exógenos relacionados con la alimentación y el estilo de vida pueden disminuir la eficacia de la farmacología antihipertensiva.

Al objeto de estandarizar la afirmación anterior, se llevó a cabo un estudio en el que participaron 27.599 adultos, de los que un 35,4% no tenían controlada sus cifras tensionales (esto es, eran clínicamente hipertensos). En Estados Unidos se llevó a cabo una encuesta (con el auspicio de los NHANES) a fin de valorar el estado nutricional de la población y su efecto sobre el control de la hipertensión. [NHANES es el acrónimo de National Health And Nutrition Examination Surveys].

Uno de los hallazgos fue que el 17,5% de los participantes cuya hipertensión no se controlaba adecuadamente, tenían prescritos medicamentos para diversas patologías que elevaban la tensión arterial. Se infirió que algunas personas recibían tratamiento antihipertensivo para controlar una hipertensión yatrogénica (desencadenada por la ingesta de otros medicamentos).

El estudio se publicó en noviembre (2021) en la revista JAMA (Journal American Medical Association), siendo su autor principal Timothy S. Anderson, adscrito al Beth Israel Deaconess Medical Center, en Boston, Massachusetts. Su objetivo era alertar a médicos y pacientes sobre los riesgos que determinadas prescripciones tienen sobre la presión arterial, sobre todo de quienes, teniéndola elevada, precisan tratamiento farmacológico.

La lista de medicamentos de prescripción y de venta libre (OTC, acrónimo Over The County, traducible como “sobre el mostrador”) que interfieren con un adecuado control de la tensión arterial es larga: desde los mencionados antiinflamatorios no esteroides, a los esteroides (presentes por ejemplo en preparaciones anticonceptivas), algunos antidepresivos de uso generalizado; pero también la sal, el café (y otros estimulantes), regaliz, ginseng, alcohol (en cantidades moderadas), nicotina, y una extensa miscelánea. [La cafeína puede elevar la presión arterial a corto plazo en algunas personas].

Conocer (e informar al médico) de estos consumos hace posible el control de la hipertensión arterial con tratamientos menos agresivos y, consecuentemente, menos yatrogénicos.

Otro aspecto prioritario para un buen control de la presión arterial es mantener un peso adecuado y el ejercicio aeróbico moderado ajustado a la edad y acondicionamiento del paciente.

Los medicamentos antidepresivos SSRI (serotoninérgicos) son muy idiosincrásicos: su efecto sobre la presión arterial es significativo en algunos pacientes e inexistentes en otros.

Una de las acciones más significativas sobre el control de la presión arterial es la reducción de peso. Solo con esta modificación se puede evitar, o posponer, un tratamiento antihipertensivo.

Otros factores ya mencionados son el hábito tabáquico y el consumo moderado o excesivo de bebidas alcohólicas, sobre todo destilados.

El control de la hipertensión requiere un ajuste personalizado de los tratamientos, casi siempre sobre la base de «ensayo y error» hasta dar con el que se consigue un adecuado control tensional sostenido en el tiempo con mínimos efectos adversos. Para lograrlo es fundamental tener en cuenta los factores exógenos (otros fármacos, control del peso, dieta adecuada, evitación del hábito tabáquico y consumo de sal, así como ejercicio aeróbico).

Zaragoza a 7 de enero de 2022

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


Parece un hecho constatado: la variante ómicron del coronavirus SARS-CoV-2 causa una sintomatología más leve que las variantes más prevalentes hasta ahora.

Diversos estudios experimentales en roedores han observado que [con la variante ómicron] se afectan preferentemente las vías respiratorias superiores (nariz, tráquea) y no tanto las vías respiratorias inferiores (bronquios y tejido pulmonar).

La causa principal de la gravedad de la infección covid-19 se atribuye a la formación de tejido cicatricial no funcional en el parénquima pulmonar que compromete gravemente la respiración.

Con la variante ómicron es como si la infección estuviese derivando hacia un proceso de vías respiratorias altas, menos grave, más parecido a los catarros comunes, causados mayoritariamente por otros coronavirus.

Cuando se conoció la aparición de la variante ómicron en Sudáfrica, la inquietud surgió al observar que portaba más de 50 mutaciones genéticas, incluyendo casi todas las ya conocidas de variantes anteriores, incluyendo la delta (δ), todavía en circulación. Algunas de estas mutaciones incrementaban la adherencia del virus a la proteína (ACE2) de las células humanas; otras variantes permitían soslayar la respuesta inmune del paciente. ¿Qué sucedería con una variante que portase todas estas mutaciones? Nadie tenía respuesta; y se desató el pánico. [ACE2 es el acrónimo de Angiotensin Convertase Enzyme type 2].

Se han llevado a cabo, de manera muy apresurada, diversos estudios en roedores, infectándolos con la variante ómicron.

Mientras tanto, la epidemiología mostró que la variante ómicron se ha expandido de manera vertiginosa por todo el planeta, con una contagiosidad mucho más elevada que las variantes precedentes, sin distinción entre vacunados y no-vacunados. ¿Los anticuerpos de los vacunados o supervivientes de la infección no eran efectivos contra ómicron?, o tal vez el virus había adquirido la capacidad de soslayar la presencia de estos anticuerpos.

Sin embargo, a medida que el número de contagiados aumentó de modo muy significativo, las hospitalizaciones solo lo hicieron modestamente, y todavía más lentamente los fallecimientos.

Se ha constatado, hasta ahora, que la variante ómicron tiene una probabilidad menor de causar una enfermedad grave, sobre todo entre personas vacunadas con las vacunas diseñadas con la tecnología del ARN mensajero (Pfizer-BioNTech, y Moderna Therapeutics). Con todo, hay que ser muy cauteloso con estas afirmaciones. Había que tener en cuenta que los primeros casos se produjeron en personas jóvenes (menos susceptibles a desarrollar graves cuadros clínicos) y que todavía tenían relativamente reciente vacunas contra otras infecciones. [Cualquier vacuna contra una infección protege, siquiera levemente, contra otras infecciones, tal como se vio con la vacuna BCG contra la tuberculosis en muchos lugares de África].

Los experimentos llevados a cabo en animales (roedores) llegan a una misma conclusión: la variante ómicron, aunque mucho más contagiosa, es menos grave (pero no inocua) que la variante delta (δ) y otras anteriores (α, β). [La variante α es la primera que surgió en Wuhan; y la variante β es la denominada «británica»]. Los roedores infectados experimentalmente con ómicron sufrían menos daño del tejido pulmonar, perdían menos peso y su mortalidad era inferior. Estas observaciones fueron especialmente llamativas con los hámsteres sirios (Mesocricetus auratus), una especie de roedores que enfermaba muy gravemente con variantes previas del SARS-CoV-2. Dada la urgencia, todos estos estudios se han publicado online, sin ser sometidos a la «revisión por pares» (peer-review), condición necesaria para su publicación en revistas científicas referenciales.

La razón de que la variante ómicron sea menos patógena puede depender de aspectos anatómicos. Durante los experimentos en animales se observó que los niveles de coronavirus en las fosas nasales de los roedores era similar al observado con otras variantes, pero la carga viral en el tejido pulmonar era hasta 10 veces inferior.

Un hallazgo similar se observó en un estudio de la universidad de Hong-Kong. Se extrajeron fragmentos de vías respiratorias humanas obtenidas de diversos procedimientos quirúrgicos. En 12 muestras los investigadores hallaron que la variante ómicron se multiplicaba mucho más despacio que otras variantes (δ, α, β). Una extensión de este estudio evidenció que la variante ómicron crecía mucho más deprisa en la tráquea en relación a otras variantes del SARS-CoV-2.

Están actualmente en curso estudios en animales superiores (monos) para validar los resultados obtenidos en roedores.

Las infecciones por coronavirus comienzan en la boca y las fosas nasales, propagándose hacia la tráquea. Los coronavirus que causan procesos catarrales no van más allá. Sin embargo, el SARS-CoV-2 alcanza el tejido pulmonar donde puede desencadenar graves neumonías. Llegados a esta situación, la respuesta inmune del paciente, incluyendo la inflamación, puede ser más perjudicial que la propia infección, dando lugar a la formación de tejido cicatricial (no funcional) y coagulación diseminada  (debido a la denominada «tormenta de citoquinas») pudiendo derivar en un fallo de múltiples órganos generalmente mortal.

Muchas células pulmonares (pero no otras células del sistema respiratorio) expresan en su membrana una proteína TMPRS2 que puede facilitar el ingreso de los virus en el citoplasma celular. Por razones ignoradas este receptor celular tiene poca afinidad por la variante ómicron del coronavirus SARS-CoV-2. [La variante δ mostraba una afinidad elevada]. [TMPRS22 es el acrónimo de Trans-Membrane Protein Serine].

El hecho de que el virus de la variante ómicron se concentre en las vías respiratorias altas (fosas nasales y tráquea) explica también su mayor contagiosidad, al ser expelido más fácilmente mediante aerosoles al hablar o toser.

No solo su localización preferencial en el tracto respiratorio superior, sino su habilidad para soslayar a los anticuerpos, explica que sea tan contagioso, incluso más entre las personas vacunadas o que han superado una infección.

Ómicron no deja de sorprender: una de las mutaciones de la variante parece debilitar la inmunidad innata, una respuesta inmediata ante cualquier infección, sin el retraso de la inmunidad mediada por anticuerpos. ¿Es este otro de los secretos que nos guardaba ómicron?

Zaragoza, a 3 de enero de 2022

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


Recientes estudios de laboratorio (obviamente preliminares) muestran que las personas con bajas concentraciones de anticuerpos por haber transcurrido varios meses de la última dosis de vacuna o desde que se recuperaron de la infección, tienen más riesgo de contagiarse (o re-infectarse) con la variante ómicron de covid-19 en comparación con las personas sin anticuerpos anti-covid-19.

No obstante, la presencia o ausencia de anticuerpos anti-covid-19 en sangre puede condicionar la evolución del infectado, bien hacia un proceso leve o hacia una forma grave, potencialmente mortal.

¿Se puede concluir que los anticuerpos anti-covid-19 no protegen contra la infección (o re-infección) por la variante ómicron?

La respuesta es: NO.

Hasta donde se sabe, una dosis de refuerzo elevará los títulos (concentraciones) de anticuerpos hasta un nivel aceptable que teóricamente dificultará el contagio.

¿Existe una explicación de este hecho inesperado? Actualmente NO.

Simplificando, la respuesta inmunitaria ante cualquier infección depende de los anticuerpos (fabricados por una estirpe celular, las células B) y de otra estirpe celular, las células T. La capacidad de respuesta de estas últimas [células T] frente a la variante ómicron parece no haber disminuido.

Un problema añadido es que los anticuerpos monoclonales usados como fármacos contra el covid-19 muestran escasa eficacia.

La variante ómicron recopila casi todas las mutaciones de variantes previas (α, β, δ, etc.). La variante ómicron (letra “o” minúscula del alfabeto griego) no porta una mutación nueva (como sucedía con las variantes anteriores), sino que lleva todas las conocidas hasta ahora en otras variantes. Se podría afirmar que estamos ante un coronavirus SARS-CoV-2 perfeccionado en su contagiosidad, aunque parece ser menos virulento. De todas formas, para confirmar esto último habrá que esperar algunas semanas. Además, esta variante (ómicron) coexiste junto a otras anteriores, sobre todo la delta (δ).

¿Pueden surgir otras variantes del SARS-CoV-2 durante los próximos meses? Es probable. La Historia enseña que las pandemias terminan cuando el sistema inmune se vuelve competente para afrontar casi cualquier mutación del germen infeccioso. Se desconoce si con el coronavirus SARS-CoV-2 sucederá lo mismo, y cuándo.

Zaragoza, a 23 de diciembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


LATIRISMO.-

Semillas de almorta, que recuerdan a los garbanzos.

Las gachas, típicas de Castilla La Mancha, son un tipo de papilla compuesta por harina de almorta (botánicamente: Lathyrus sativus) cocida con agua. También se le denomina guijas, chícharos o titos). Se suele añadir panceta de cerdo, ajos, pimentón, aceite y sal. Es una comida típica de pastores y gente del campo, sobre todo en los fríos días de invierno, que se solía compartir en un perol. Es un alimento de supervivencia, usado en las épocas de hambre. Cuando la tercera parte de la dieta se reduce al consumo de almortas durante varias semanas desencadena un cuadro de toxicidad grave a la que se denomina latirismo.

El latirismo es una intoxicación por acumulación de alcaloides neurotóxicos de la planta Lathyrus sativa. Estos alcaloides inhiben una enzima («lisil-oxidasa») dependiente del cobre que cataliza la síntesis correcta de dos proteínas del tejido conjuntivo: la elastina y el colágeno.

La enfermedad (latirismo) se inicia de forma aguda con dolor, parestesias (debilidad) de las piernas. Se producen reflejos tendinosos exagerados que hacen que los afectados tengan un deambular «en tijera» debido a una paraparesia o paraplejia espástica. Además se producen alteraciones de los esfínteres y disfunción eréctil. En los niños hay un retraso del crecimiento.

El médico griego Hipócrates ya hacía mención al latirismo en el año 46 a.C.

Aguafuerte de Francisco de Goya: “Gracias a la almorta” (1811) perteneciente al conjunto Los Desastres de la Guerra

Durante la Guerra de la Independencia el consumo de almortas permitió sobrellevar el hambre y las penurias de la guerra. Así lo dejó plasmado Goya en el aguafuerte de 1811, de la serie Los Desastres de la Guerra.

El latirismo resurgió (nunca desapareció del todo) durante el asedio de Madrid en la Guerra Civil; repitiéndose en muchas partes de España en los llamados “años del hambre” en la posguerra, sobre todo en 1941 y 1942.

Jiménez Díaz llevó a cabo el trabajo más significativo sobre el latirismo en España. Tras creer que se trataba de una intoxicación por parásitos o gérmenes infecciosos, concluyó que los síntomas eran inherentes al consumo de almortas en grandes cantidades. [Referencia bibliográfica: Grande Covián F., Jiménez Díaz, F. El contenido en ácido nicotínico de las dietas consumida en Madrid durante la Guerra. Revista Clínica Española 1943; 8: 28-30].

Síndrome de Vallecas.-

Vallecas, hoy un barrio al sur de Madrid, era ya un villorrio en el siglo XVII. En su condición de barrio proletario, y por ser la ruta desde la capital hacia Valencia a donde huyó el gobierno de la república en los primeros meses de la Guerra Civil, sufrió intensos bombardeos por los rebeldes (el ejército de Franco).

Comparando la situación nutricional de niños de Vallecas con un grupo equiparable (en edad y sexo) de otro barrio de Madrid (Chamberí) el bioquímico asturiano Grande Covián describió lo que denominó Síndrome de Vallecas. Se trataba de un déficit de vitaminas del complejo B que se traducía en debilidad y calambres musculares.

El Niño de Vallecas (1635-1645). Diego Velázquez.

Terminado el conflicto bélico, durante los “años del hambre” (primeros de la década de 1940) se realizaron varios estudios nutricionales con la ayuda de la Fundación Rockefeller. En ellos se observó que los calambres observados, sobre todo en niños, remedaban los característicos de la hipocalcemia. Las dietas de estos niños eran muy pobres en grasa (principal fuente de calcio). Fueron tratados con 4 a 6mg de calcio y fósforo, junto a 30mg de tiamina (vitamina B1) durante períodos de 30 días. Se consiguió de este modo que los calambres desparecieran o disminuye su frecuencia e intensidad. Mientras la prevalencia de estos síntomas carenciales era de apenas un 2% entre los niños Chamberí, la proporción superaba el 30% entre los niños de barrios como Vallecas. De ahí la denominación de Síndrome de Vallecas.

Pelagra.-

La pelagra (etimológicamente: piel agria) es una avitaminosis inicialmente descrita en 1762 por el médico asturiano Gaspar Casal quien la denominó el mal de la rosa (por la dermatosis- véase fotografía).

Surge en situaciones de grave escasez alimenticia. Son muy conocidos los estudios llevados a cabo en Madrid durante la Guerra Civil. Es también digno de mención el libro “Avitaminosis y sistema nervioso” escrito por Grande Covián y Peraita [Grande Covián F., Peraita M. Avitaminosis y Sistema Nervioso. Ed. Miguel Server 1941]. Otra interesante referencia bibliográfica es: Grande Covián F., Jiménez Díaz F. Los trastornos carenciales observados en Madrid durante la Guerra. I. Los cuadros clínicos presentados con mayor frecuencia y su clasificación. Revista Clínica Española 1940; 1: 313]. La carencia de huevos, leche y otros alimentos básicos durante el invierno de 1937-1938 fue casi total entre los habitantes de Madrid, cuando se observaron más casos de pelagra con los cuadros psicóticos asociados a la falta de ácido nicotínico

Los primeros síntomas de avitaminosis se produjeron en diciembre de 1936, pero el mayor número de casos clínicos (enfermos con patología carencial sobre todo de tipo ocular) no se notificaron hasta 1937. Otra sintomatología de tipo intestinal (incluyendo glositis – inflamación de la lengua) se atribuyó al principio a la mala calidad del pan.

Desde finales de 1937, y aún más durante el año 1938, numerosos pacientes ingresaron en clínicas psiquiátricas (Clínica Psiquiátrica del Hospital Provincial y Hospital Clínico San Carlos) con diagnósticos concordantes con pelagra. Carlos Jiménez Díaz explicó la sintomatología de la pelagra en sus Lecciones sobre las enfermedades de la nutrición.

Bartolomé Llopis, a la sazón médico responsable de la Clínica Psiquiátrica de mujeres del Hospital Provincial de Madrid escribió: …el régimen de hambre a que estuvo sometida la población de Madrid durante la Guerra Civil Española dio origen a una epidemia de pelagra nunca observada con anterioridad.

Algunos enfermos referían pérdida de agudeza visual, sensación de niebla en la visión, escotomas diagnosticados como neuritis óptica retro-bulbar. Se producían también alteraciones auditivas (tinnitus, acufenos). Las sensaciones anormales podían derivar en alucinaciones.

La pelagra se denomina también síndrome de las 3Ds (diarrea, dermatitis, demencia). Ya en 1778 Gaetano Strombio fundó en Legano (Italia) un hospital para pacientes con pelagra, escribiendo un libro (De Pellagra). Diversos médicos de la época atribuyeron la enfermedad a la ingestión de pan fermentado o a una toxina del maíz mal conservado.

Sin embargo, fue en Estados Unidos donde se desentrañó la causa de la pelagra. George H. Searcy describió en 1906 una “epidemia” de pelagra (también conocida como «lengua negra de los perros») entre los internos en Mount Vernon Insane Hospital, un manicomio (terminología usada en la época) para enfermos mentales de raza negra. Al principio también creyó que la pelagra estaba causada por la presencia de una toxina del maíz.

Otros autores pensaban que la pelagra era un rasgo genético ligado a la raza, dado que afectaba más a personas de raza negra, hoy sabemos un grupo social más pobre y marginado.

Un estudio realizado en la comunidad de Spartanburg (Carolina del Sur, Estados Unidos) llegó a la errónea conclusión de que se trataba de una enfermada infecciosa (conclusiones de la Thomson McFadden Commission).

El enigma se resolvió a partir de 1915 gracias a los trabajos de Joseph Golderberg entre internos en prisiones y orfanatos del sur de Estados Unidos. Una serie de experimentos le llevó a concluir que se trataba de una enfermedad asociada a dietas pobres y feculentas; y que se podía corregir añadiendo a la ingesta leche, huevos y carne.

Finalmente los bioquímicos británicos A. Harden y W. J. Young aislaron el «factor anti-pelagra» a comienzos de la década de 1930. Al principio se le denominó cozimasa o cozimasa-I.

En un trabajo independiente, el sueco H. von Euler identificó un factor estrechamente relacionado con el aislado por los investigadores británicos, al que designó como cozimasa-II. Finalmente en 1934 A. Warburg y W. Christian aislaron la nicotinamida presente en los «factores anti-pelagra» británico y sueco; y el dilema quedó definitivamente resuelto.

Al objeto de evitar su asociación semántica con el tabaco se aceptó el nombre de Niacina para la nueva vitamina. Según algunos autores, bajo el término Niacina se encuadran tanto el ácido nicotínico como su amida, nicotinamida.

El término pelagra deriva del italiano pelle (piel) y agra (agria). El epíteto pellagra (en italiano) es una palabra de un dialecto hablado en Lombardía en el siglo XVIII.

La malnutrición acompaña siempre las guerras allá donde se desencadenen. En este sentido el sitio de Madrid no fue muy diferente de otros que le siguieron: Leningrado (hoy San Petersburgo) durante la Segunda Guerra Mundial, Corea durante el conflicto de mediados de la década de 1950, Sarajevo (y otras ciudades) durante la traumática desintegración de la ex Yugoslavia, Grozni, Chechenia (durante el conflicto con Rusia), Iraq (durante las guerras a partir de 1992), y otros lugares que forman parte del imaginario trágico.

Zaragoza, a 18 de diciembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


Ha transcurrido un siglo desde la última gran pandemia, la erróneamente denominada «gripe española» que se extendió por todo el mundo causando la muerte a un indeterminado número de personas que algunas estimaciones, probablemente exageradas, cifraron en más de 50 millones, y en 500 millones el número de infectados.

A lo largo del siglo XX se han producido otras pandemias, todas ellas de gripe, pero ninguna de la gravedad de «gripe española».

Las tres pandemias de gripe del siglo XX fueron la del bienio 1918-1920, motivo de este artículo, la del año 1957, menos mortífera a pesar de la mayor patogenicidad de los serotipos víricos; y la de 1968 (conocida como gripe de Hong-Kong) cuyos virus fueron todavía más patógenos, pero las mejores condiciones sanitarias internacionales determinaron que la mortalidad fuese menor que la de las pandemias precedentes.

Antecedentes a la pandemia de «gripe española».-

Varias pandemias y epidemias precedieron a la «gripe española». Fueron las siguientes:

Pandemia de 1889-1890.-

Tal vez fue esta pandemia finisecular la que guardó más semejanzas (también diferencias) con la «gripe española». Entre ambas brotaron numerosos focos epidémicos en todo el mundo. En aquella época los brotes de gripe estacional se atribuían a resurgimientos de la gripe pandémica de la última década del siglo XIX. Además, hasta la década de 1930 no se estableció una relación indubitada entre gripe y virus (véase al final del artículo).

La pandemia de 1889-1890 pudo haber surgido en distintas localizaciones: China (tras las inundaciones de 1888), Athabasca (Canadá, mayo 1889), Groenlandia (verano 1889), Tomsk (Siberia) o Bukhara (Uzbekistán), ambos hacia octubre de 1889. Sin embargo, la certeza es que los primeros casos confirmados aparecieron en San Petersburgo (Rusia) el 27 de octubre de 1889, expandiéndose hasta Europa siguiendo la red ferroviaria (principal transporte de la época). Entonces las pandemias viajaban en tren. Los primeros casos se registraron en París (17 de noviembre), Berlín y Viena (30 de noviembre), Londres (mediados de diciembre), Portugal e Italia (finales de diciembre). En enero de 1890 la infección se notificó en New York y Boston (en la costa este de Estados Unidos), y durante los meses siguientes, se extendió al resto del continente americano, África, Asia y Oceanía, llegando a lugares remotos y aislados (Madagascar y el resto de las islas Mascareñas – Mauricio y Reunión – Jamaica y Santa Elena (esta última solo conocida por haber sido lugar de destierro y muerte de Napoleón).

A partir de mediados de diciembre (1889) el virus llegó a ser extremadamente virulento (debido probablemente a una o varias mutaciones). El periodo crítico se prolongó hasta finales de enero (1890) durante el que la mortalidad entre la población general, infectada o no, se estimó en el 2,1%, con mayor incidencia en hombres (2,5%) que en mujeres (1,7%). El grupo etario más afectado eran personas de más de 50 años (téngase en cuenta la esperanza de vida de la época). También se observó un significativo incremento de los abortos espontáneos. Esta gripe pandémica se manifestaba en tres cuadros clínicos:

  • De tipo nervioso: debutaba con súbita e intensa cefalea, dolor retro-orbital, artralgias y mialgias. A los pocos días (entre el 1º y 4º) los síntomas desaparecían surgiendo tos seca, acompañada de un proceso que semejaba a la escarlatina o rubéola. Además se manifestaba eritema (a veces con urticaria) en la cara anterior de los brazos, muñecas y tórax.
  • Forma pulmonar: similar a la anterior, pero a la que había que añadir sintomatología faríngea, laríngea y pulmonar. En ocasiones la congestión pulmonar desembocaba en neumonía, principal causa de muerte.
  • Forma gástrica: era un cuadro inhabitual que cursaba con patología digestiva, vómito y diarrea, entre otros síntomas.

Pandemia de Étaples (1916-1917).-

Esta epidemia surgió en la base militar británica situada en la localidad francesa de Étaples (Pas-de-Calais), en la que alrededor de 100.000 soldados se hacinaban en 12 quilómetros cuadrados. Se trataba de un enclave con muchos humedales y marismas, hábitat de infinitud de aves migratorias. Además existían numerosas granjas con cerdos, patos y gansos (usados muchas veces como alimentos por los mal alimentados soldados), junto con caballos (muy útiles para el transporte de tropas).

Este hacinamiento (humano y animal) junto a la utilización indiscriminada de gases nerviosos (armas químicas) – sustancias inductoras de mutaciones – puede haber sido la causa del brote epidémico que surgió entre diciembre de 1916 y marzo de 1917.

Según descripciones [Oxford JS., et al. A Hypothesis: the Conjuntion of Soldiers, Gas, Pigs, Ducks, Geese and Horses in Northern France During the Great War Provided the Conditions for the Emergence of the “Spanish” Influence Pandemic of 1918-919. Vaccine 2005; 23: 940-945]: durante la gripe de diciembre de 1916 a marzo de 1917 los soldados eran asistidos en los dispensarios de la base militar de Étaples con infección respiratoria aguda, fiebre muy elevada y tos. La anamnesis mostraba signos clínicos de bronconeumonía y bronquitis purulenta aguda. Cuando se presentaba cianosis el riesgo de mortalidad era muy elevado. Este cuadro clínico se repetiría durante la segunda ola (la más mortífera) de la «gripe española (1918-1919).

Neumonía de los annamitas (1916-1918).-

La Gran Guerra obligó a la movilización de centenares de miles de hombres. Durante las primeras fases de la guerra las colonias francesas apenas se involucraron en el conflicto, pero cuando todo empeoró se organizaron unidades militares en las colonias europeas de África, Asia y Oceanía, a las que se denominó genéricamente como indígenas, un término que aunque hoy se podría considerar peyorativo, no lo era entonces.

Centenares de miles de indígenas lucharon en suelo francés, colaborando también en las actividades de retaguardia.

El grupo más numeroso (alrededor de 50.000) procedían del Reino de Annam (en la actualidad Vietnam, Laos y Camboya). Tomaron parte en la guerra, pero no en primera línea (por problemas de idioma) sino como enfermeras y conductores. Entre 1916 y 1918 estos soldados de Indochina sufrieron un proceso infeccioso que llegó a ser conocido como «neumonía de los annamitas».

La sintomatología encuadra claramente con un proceso gripal de aparición súbita que cursaba con fiebre elevada (>38º), tos (a veces acompañada de vómitos), cefalea, dolor de espalda, mialgias generalizadas y afectación pulmonar grave (neumonías), hemoptisis, faringitis, y congestión pulmonar y de otros órganos.

Pandemia de gripe española (1918-1919).-

Aun cuando hay quien considera que los primeros casos se produjeron entre presidiarios de la Sing-Sing Prision de New York durante febrero de 1918, la verdadera explosión pandémica se produjo en Camp Frederick Funston, una base militar del estado de Arkansas durante los primeros días de marzo de 191. [De Camp Funston partían tropas para luchar en suelo europeo a las que se denominaba doughboys]. Tres semanas después del primer caso confirmado (5 de marzo de 1918) miles de soldados se contagiaron de los que 1.100 precisaron hospitalización. De hecho, ya en suelo francés, la infección se propagó masivamente en el cuerpo expedicionario estadounidense cuya entrada en combate se postergó hasta octubre de 1918. Los médicos militares estadounidenses consideraron al bacilo de Pfeiffer el germen causal de la infección. Los frentes bélicos no impidieron la expansión del virus (entonces aún ignorado); las tropas austriacas y germanas también se vieron afectadas.

El primer brote epidémico de la primavera de 1918 fue relativamente benigno y la mortalidad fue baja. En el ejército francés, durante el mes de mayo solo murieron 7 militares (de 24.886 infectados); 24 en junio (de 12.304 enfermos); y 6 en junio (de 2.306 infectados). Todos ellos fueron diagnosticados de gripe (influenza). Entre el ejército norteamericano en suelo francés, los primeros fallecidos (5) se produjeron durante el mes de julio.

El primer país en el que la pandemia se expandió entre la población general fue España, siendo el entonces Rey Alfonso XIII uno de los afectados. Esta circunstancia, junto a que, al ser un país neutral, no existía censura de prensa (a diferencia de lo que sucedía en las naciones beligerantes en la Gran Guerra), explica la denominación con la que ha pasado a la Historia: «gripe española». De hecho, la primera referencia aparecida en la prensa española al brote epidémico durante la primavera de 1918 fue un titular del 22 de mayo (1918) del periódico “El Sol”. La noticia informaba que “… parece que entre los soldados de la guarnición de Madrid están apareciendo muchos casos de una enfermedad no diagnosticada previamente por los médicos. En un regimiento de artillería 80 soldados han enfermado. En otros regimientos se han producido situaciones similares….Hay pocas diferencias entre la enfermedad observada en las prisiones y la que aflige a los soldados de distintas guarniciones [de Madrid] durante estos días”. Y la noticia continuaba informando de los síntomas: “dolor de cabeza, temblor, debilidad, fiebre y dolor de las articulaciones”.

Durante los meses de mayo y junio (1918) fallecieron en Madrid 276 personas (mortalidad de 0,42‰). Durante el mismo periodo se contabilizaron otras 852 muertes atribuidas a diferentes patologías respiratorias. Si las muertes debidas a influenza (gripe) se combinan con las de otras enfermedades respiratorias, la mortalidad se eleva a 1,31‰, una cifra probablemente más próxima a la realidad. La mayor prevalencia se notificó en el centro y occidente de España, llegando a Portugal en el mes de junio.

Como ya se ha escrito antes, la segunda ola pandémica fue la más mortífera, atribuida a la recombinación de los virus prevalentes en Europa, China e Indochina («neumonía de los annamitas»). La primera ola pandémica (primavera de 1918) no fue muy diferente de los clásicos brotes de gripe estacional de cada temporada otoñal. La distribución etaria de la gripe española, sobre todo de la segunda ola pandémica, la más mortífera, se ajusta a la letra W, esto es, tres máximos: entre los niños, los adultos de mediana edad y la población con más de 50 años.

Durante la pandemia se tomaron medidas como la notificación obligatoria de casos sospechosos, vigilancia de grupos de riesgo (escuelas, internados y acuartelamientos), limitación de reuniones en lugares públicos (cines, teatros, plazas, transportes, funerales) e incluso la limitación temporal de las homilías en las iglesias a un máximo de cinco minutos, prohibiéndose el «toque a muerto» de las campanas para no aumentar la percepción de tragedia entre la población. También se adoptaron otras medidas que hoy día pueden sorprendernos, tales como la prohibición de escupir, creándose escupideros públicos.

La pandemia de «gripe española» está inextricablemente asociada a los millones de hombres jóvenes de distintas partes del mundo que lucharon en territorio europeo durante la Primera Guerra Mundial (Gran Guerra). Muchos otros factores contribuyeron a empeorar la situación: pésimas condiciones de vida en las trincheras y acuartelamientos, el estrés, el miedo y la ansiedad, los gases de guerra (sustancias irritantes e inductoras de mutaciones), las adversas condiciones climáticas y meteorológicas con inviernos especialmente fríos y nivosos, como el de 1916, y el contacto estrecho con animales (cerdos y aves de granja y silvestres). La gripe española fue H1N1 (las letras hacen referencia a dos glucoproteínas de la cápsula vírica: H, de Hemaglutinina; N, de Neuraminidasa); H1N1 es una de las variantes genéticas del virus de la gripe o influenza, término este último procedente de un error que ha pervivido, ya que durante mucho tiempo se creyó que la gripe era una enfermedad causada por la bacteria Haemophilus influenzae.

Los virus de la gripe se descubrieron en 1918 en plena pandemia por Dujarric de la Rivière en el Instituto Pasteur de París. Que los virus fueran causantes de la gripe se confirmó a través de los estudios realizados en Túnez (entonces parte del protectorado francés del norte de África) por Ch. Nicolle y Ch. Lebally mediante la inyección en monos de filtrados procedentes de mucosidades nasales de pacientes griposos. Las partículas infectivas atravesaban los filtros que retenían a las bacterias. Así se confirmó la naturaleza vírica de la infección.

Sin embargo, hasta el año 1933 no aisló el virus de la gripe A (W. Smith y C. H. Andrewes, en Reino Unido). Tres años después (1936) se logró mantener viable el virus en la membrana alantoidea de huevos fecundados, metodología que continúa vigente casi un siglo más tarde.

En el año 1940 se aisló el serotipo (variante genética) B del virus de la gripe; y, poco tiempo después, se observó la hemaglutinación (aglutinación de los hematíes o eritrocitos) causada por la glucoproteína neuraminidasa. [La gripe A, de aviar es genotípicamente H7N1].

En 1947 se creó en Londres la Oficina para Estudios Epidemiológicos, descubriéndose, pero no caracterizándose, el serotipo C del virus de la gripe.

Los virus de la gripe son ortomixovirus (Orthomyxoviridae). Causan la infección tras fijarse a las glucoproteínas de las membranas celulares.

Zaragoza a 15 de diciembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


Para valorar el previsible fin de los prospectos que acompañan los envases farmacéuticos conviene recordar cuál fue su origen. Debemos viajar en el tiempo hasta el desarrollo de la primera píldora anticonceptiva, una combinación de estrógenos y progestágenos, que se prescribía (en Estados Unidos) desde los primeros años de la década de 1960 para los problemas menstruales. El laboratorio fabricante, Searle, se vio obligado a realizar un extenso estudio para la nueva indicación, la prevención del embarazo. En el ensayo clínico, realizado entre mujeres de Puerto Rico y Haití, no se valoraron otros riesgos asociados a la píldora, tales como cáncer o problemas cardiovasculares. Por ello la prescripción se restringió al principio a un máximo de dos años, si bien las mujeres sorteaban esta limitación obteniendo otra receta de un médico distinto. Muy pronto aparecieron otras marcas comerciales, haciéndose imposible llevar un registro de los potenciales problemas de coagulación asociados a la píldora anticonceptiva. El Organismo Regulador de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA de su acrónimo en inglés) decidió hacer llegar la información de las indicaciones y los potenciales efectos adversos directamente a las mujeres, mediante la inclusión de un folleto informativo en los envases de las distintas marcas registradas. Esta decisión irritó a muchos médicos que la vieron como una intromisión en su relación médico paciente. Hasta entonces, la información sobre los medicamentos que recibía cada paciente era la que el médico consideraba que debía transmitir. Esta democratización en busca de la corresponsabilidad de los pacientes en sus tratamientos era considerada como una injerencia en su labor profesional. Sin embargo, la información técnica (prospectos) se generalizó. Fue, sin duda, un cambio de paradigma.

Posteriormente, los textos de los prospectos se hicieron más comprensibles evitando innecesarios tecnicismos. Los pacientes tomaban los medicamentos prescritos siendo sabedores de los riesgos, las precauciones, las posibles interacciones con otros medicamentos (o alimentos), sin depender de la información que el médico quisiera proporcionarle, inevitablemente fragmentaria y explicada bajo la presión emocional de la visita médica, siempre muy breve.

La actual tendencia a sustituir el prospecto de los envases de medicamentos por códigos QR es, a juicio de quien suscribe, un error y un retroceso en la tendencia a que la sociedad asuma responsabilidad en la toma de los medicamentos que se les prescribe. Que la presidenta de Farmaindustria afirme que lo hacen, en primer lugar por defender el medio ambiente (sic) me hace sonrojar. Desde las farmacias podremos imprimir el texto de los códigos QR cuando se nos solicite, incluso cuando no, asumiendo los costes inherentes a dicho proceso. Estamos habituados a “hacer cada vez más con menos” sin aspirar al merecido reconocimiento de la Administración, aunque sí a la gratitud de los pacientes. Hay muchos y muy amargos ejemplos recientes desde aquel aciago marzo de 2020 que hoy nos parece tan lejano. La desaparición de los prospectos ya impresos en un lenguaje entendible, presentes en los envases de medicamentos son una grave regresión en la democratización de la salud. Asumo la frase del novelista ruso Lev Tolstói: si nos arrodillamos ante hechos consumados seremos incapaces de afrontar el porvenir.

Zaragoza a 9 de diciembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


La síntesis química del ácido acetil-salicílico (Aspirina®) se realizó en los años postreros del siglo XIX. Sin embargo, la historia que condujo a su descubrimiento comenzó mucho tiempo antes, en 1843, cuando August Wilhelm von Hofmann,  alumno de Justus von Liebig (1803-1873), aisló anilina destilando alquitrán de hulla. Tres años después (1846), junto a Charles Mansfield, Hofmann obtuvo benceno a partir del alquitrán. ¡Todo muy negro y, a primera vista, muy poco farmacéutico!

La reacción del benceno con ácido nítrico fue el punto de partida para la fabricación industrial de colorantes derivados de la anilina.

Una década más tarde (1856) William Perkin, alumno de August Wilhelm von Hofmann, trató de sintetizar Quinina partiendo de un derivado de la anilina, la alil-toluidina. No lo consiguió, pero, incidentalmente, obtuvo un colorante púrpura, al que pronto se denominó mauveína (otros nombres: malveína, anilina morada, púrpura de Perkin). A la mauveína se le considera el primer colorante sintético. En aquella época, el precio de los colorantes comprometía el desarrollo de la industria textil que se hallaba en auge tras el desarrollo de la máquina de hilar, contra la que había surgido la protesta de los artesanos encabezado por Ned Ludd durante la segunda década del siglo XIX. Las protestas contra la industrialización textil, en el que se incendiaban las nuevas fábricas, se conocería com «ludismo», patronímico de Ned Ludd.

El púrpura de Perkin fue punto de partida para la síntesis de nuevos colorantes derivados de la anilina, la toluidina y la quinolina.

Aunque la incipiente industria de los colorantes surgió en Inglaterra, su expansión se produjo en Alemania. Dos hechos fueron determinantes: de una parte el inicio de la recuperación tras el colapso económico de 1873 que siguió a los procesos revolucionarios de 1871; y de otra parte la expansión de las industrias eléctricas que paulatinamente desplazaron a otras, como el carbón y el acero. Fue así como, en pocos años, Alemania llegó a ser pionera en la industria de los colorantes.

Por otra parte, se inició en Alemania un vertiginoso desarrollo de la Química Orgánica y, subsiguientemente, de la industria farmacéutica, que se mantuvo vigente hasta la Segunda Guerra Mundial. El éxito germano en esta materia cabe atribuirlo a la estrecha vinculación entre la universidad y la industria, una relación inexistente en Inglaterra que no supo sacar provecho del descubrimiento de Perkin. Inglaterra no hizo honor a su refrán según el que «el éxito alimenta el éxito» (Success bred success).

El desarrollo de la industria de los colorantes impulsó a la entonces incipiente Industria Farmacéutica, representada por fabricantes como F. Bayer & Co., y Farbenfabriken Hoechst.

La industria farmacéutica de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Canadá (origen de la insulina) y, en mucha menor extensión Suiza, se centraba en la extracción de alcaloides y glucósidos de diversas plantas. La investigación de fármacos de síntesis no se consideraba una línea de investigación prometedora. Los recortes de medicamentos, muchos procedentes de Alemania, durante los años de entreguerras y, aún más, durante la Segunda Guerra Mundial obligaron a un replanteamiento de estos principios rectores.

Gran parte de los productos de origen natural, vegetal en gran medida, pero también de origen animal (heparina e insulina, verbigracia) surgían de la investigación académica sin participación de la industria, al menos en las etapas iniciales. El escenario era distinto con los fármacos sintéticos. Con excepción de un puñado de hipnóticos, la mayoría de los medicamentos de síntesis se obtenían en laboratorios de la industria tales como el Instituto de Terapia Experimental establecido por Paul Ehrlich en Frankfort.

Descubrimiento del fenol (primero denominado: ácido carbólico).

En 1792 William Murdock comenzó a usar los gases desprendidos de la combustión de la madera, la turba y la hulla para iluminación, primero de su hogar en Redruth, Cornualles; y siete años más tarde en Birmingham, la primera ciudad, a la que siguieron Londres y Preston en 1816. Un año más tarde (1817) Baltimore (Estados Unidos) se convirtió en la primera ciudad americana que se iluminó por gas.

Uno de los subproductos del proceso de combustión para la obtención del gas era un aceite de carácter ácido al que Friedlieb Rungen lo denominó ácido carbólico. Más tarde (1842) Charles Gerhardt le dio el nombre que ha perdurado: fenol.

Charles Gerhardt observó muy pronto que el fenol era un buen conservante que prevenía la putrefacción de los tejidos animales y la madera. Sin embargo era demasiado costoso para comercializarlo con ese fin.

En 1844 Henry Louis Bayard preparó un polvo, mezcla de arcilla con alquitrán de hulla, que se podía utilizar como fertilizante. Fue galardonado por la Société d’Encouragement por su contribución a la higiene en las granjas.

Sin embargo, la primera persona que explotó industrialmente las propiedades desinfectantes del fenol fue Frederick Calvert, quien había trabajado en Francia entre 1835 y 1846, antes de regresar a Manchester (Gran Bretaña), donde introdujo el fenol en las prácticas de embalsamamiento. Se involucró también con los descubridores del llamado «polvo de McDougall» (McDougall’s Power), una mezcla de sales de calcio y fenol patentada en 1845, y utilizada para purificar el agua destinada al consumo y desodorizar las aguas residuales. Las aplicaciones se ampliaron a la desinfección de establos, granjas, e incluso úlceras humanas y animales.

Pronto quedó claro que el compuesto desinfectante del «polvo de McDouglas» era el fenol, tal como se dio a conocer en la Academia de Ciencias en 1859.

Enseguida, Friedrich Küchenmeister, un médico de Dresde (Alemania) comenzó a impregnar con fenol los vendajes usados en las heridas. Jules Lemaire, publicó un libro en 1865 titulado «L’Acid Phénique» en el que se propugnaba el empleo del fenol en la entonces incipiente praxis quirúrgica. El libro tuvo escasa repercusión en Gran Bretaña, donde, recordemos, todo había comenzado.

En un libro («Nouvelles Applications de l’Acid Phénique en Médecin et en Chirurgie») publicado por Gilbert Declat en 1865, se refería al fenol como parasiticida. Se recomendaba su uso en la profilaxis de las infecciones e incluso en el lavado de las paredes de las habitaciones de los enfermos.

La mayoría de los cirujanos británicos ignoraban los ensayos con el fenol llevados a cabo en Francia. Uno de los que finalmente aceptó los trabajos sobre el fenol fue Joseph Lister, entonces profesor de cirugía en la universidad de Glasgow. Las primeras publicaciones de su «cirugía antiséptica» aparecieron en la revista médica británica The Lancet en 1876 [Lister J. On a new method of treating compound fracture abscess, etc. With observations on the conditions of suppuration. Lancet 1864; 1: 387-9]

El fenol fue perdiendo preeminencia por su naturaleza corrosiva; solo se podía aplicar sobre la piel a muy bajas concentraciones. Hoy día solo está presente en algunas cremas antisépticas y enjuagues bucales.

 

Muy pronto se comenzaron a buscar derivados del fenol. Así, en 1867 Arthur Sansom, a la sazón en el London’s Royal Hospital for Diseases of the Chest, administró sulfocarbolato postásico en la creencia errónea de que, tras la administración oral, se descompondría liberando fenol que actuaría como un antiséptico en el organismo. En realidad se trataba de una mezcla de los tres isómeros ortho, metha y para (véase estructuras químicas). Se comercializó con el nombre de ácido solozico, llegando a prescribirse como tratamiento de la difteria, escarlatina y fiebre puerperal.

El lado oscuro del fenol fue su utilización en los campos de exterminio nazis, así como durante el programa AKTION T4 para el asesinato de personas con discapacidad para lo que contó con la aquiescencia de prestigiosos médicos germanos, no solo aquellos que han pasado a la historia de la ignominia.

Ácido salicílico.-

Siguiendo las investigaciones sobre el fenol, Herman Kolbe (recuérdese la reacción homónima) trató fenol con dióxido de carbono en presencia de sodio. La reacción, bajo condiciones de presión elevada, daba lugar a ácido salicílico. Cuando se calentaba el ácido salicílico así obtenido se liberaba dióxido de carbono y un compuesto de carácter ácido que liberaba fenol. En condiciones clínicas el ácido salicílico no daba lugar a fenol; pero el ácido salicílico per se era también antiséptico, menos corrosivo que el propio fenol. De hecho se utilizó para quemar verrugas.

Convencido de la utilidad práctica del ácido salicílico, Herman Kolbe adaptó su síntesis para que se pudiera llevar a cabo a escala industrial. Fue así como se creó en el año 1874 una fábrica en Dresde (Alemania) para la síntesis de ácido salicílico. Se trataba de la Salicylsäurefabrik del Dr. F. von Heyden.

Aun cuando el ácido salicílico nunca sustituyó al fenol en la práctica quirúrgica, llegó a popularizarse como antiséptico de uso interno. Era una época en que se daba por sentado que muchas enfermedades surgían por la diseminación de bacterias patógenas presentes en el tracto digestivo, muchas décadas antes de que se hablase de microbioma o microbiota. Por ejemplo, Carl Buss, en Suiza, administraba ácido salicílico per os a pacientes con fiebre tifoidea. Fue así como se descubrió que el ácido salicílico era mucho más eficaz como antipirético que como antiséptico sin que la disminución de la fiebre se debiese a la resolución de la infección.

Hacia 1875 Carl Buss añadió evidencias a la acción antitérmica del ácido acetil-salicílico, sin los importantes efectos adversos de la Quinina, por aquel entonces el tratamiento de elección de los cuadros febriles.

A través del empleo del ácido acetil-salicílico que Salomon Stricker hizo en Viena con objeto de controlar la fiebre en los procesos reumáticos, se descubrió su acción anti-reumática. Otros clínicos (Thomas MacLagan en Escocia, Germain Sée en Francia) confirmaron estos resultados. Sin embargo, ¡hasta mediados de la década de 1950! no se aceptó de modo generalizado que el ácido acetil-salicílico (Aspirina®) era un eficaz medicamento anti-reumático.

El ácido salicílico se formulaba como sal sódica (salicilato sódico). Los problemas iniciales tenían que ver con la escasa palatabilidad de las formulaciones y la irritación gástrica. Una estrategia para soslayar la irritación gástrica fue diseñada por el médico polaco Marceli Nencki en 1883: hizo reaccionar ácido salicílico con fenol formándose fenil-salicilato. Este compuesto atraviesa el antro gástrico sin degradación, debido a su insolubilidad. Una vez en el intestino se descompone en sus dos constituyentes. [Fenil-salicilato se comercializó con el nombre registrado de Salol®]. Las ventajas en relación al ácido salicílico se contrapesaban por un prolongado inicio de acción y una gran variabilidad de la respuesta terapéutica.

Aspirina.-

Friedrich Bayer & Co., en Elberfeld  inició una estrategia en 1896 para desvincularse de la dependencia de la investigación universitaria como fuente de potenciales nuevas moléculas con acción terapéutica. Como parte de esta estrategia, Arthur Eichengrün comenzó a sintetizar ésteres fenólicos en la esperanza que los sustituyentes (ésteres) enmascararan los efectos irritantes gástricos del ácido salicílico. Teóricamente los ésteres se hidrolizarían en el medio alcalino predominante en el duodeno, liberando el ácido salicílico que sería absorbido a la circulación sistémica.

Felix Hoffmann se involucró en la síntesis del ácido acetil-salicílico en forma pura (cristalizada). [Una versión del compuesto, menos purificada, ya se había sintetizado en 1896 por Heinrich Dreser].

Los primeros usos (no ensayos clínicos, sino entrega de la sustancia a diversos médicos para que la probasen en sus pacientes) demostraron que el ácido acetil-salicílico era notablemente más eficaz contra el dolor que el propio ácido salicílico

Los resultados comunicados por Arthur Eichengrün indujeron al laboratorio (F. Bayer & Co.) a realizar ensayos clínicos: uno dirigido por Kurt Witthauer en el Deaconess Hospital en Halle; y otro dirigido por Julius Wohlgemuth en Berlín.

Los resultados de ambos estudios clínicos fueron determinantes para que el laboratorio comercializase el ácido acetil-salicílico con el nombre registrado de Aspirina®. El término aspirina fue acuñado por Arthur Eichengrün usando la letra “a” del prefijo acetil, y “spirin” de la planta Spirea ulmaria, denominación hoy obsoleta, de donde se extrajo la salicina.

La Aspirina® fue el primer medicamento que fue objeto de una extensa campaña promocional: el laboratorio distribuyó más de 30.000 muestras entre los médicos.

Tras la llegada del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (el partido nazi) en 1933, se trató de desacreditar a Felix Hoffmann, por su ascendencia judía, como el químico que sintetizó el ácido acetil-salicílico, esto es, el descubridor de la Aspirina®.

Transcurrieron varias décadas antes de que se descifrase el mecanismo de acción del ácido acetil-salicílico. El misterio se desentrañó finalmente en el año 1971 cuando John R. Vane, entonces adscrito al Institute of Basic Medical Sciences de la universidad de Londres y del Royal College of Surgeon of England, demostró que inhibe la síntesis de prostaglandinas, mediante la transferencia del grupo acetilo del ácido acetil-salicílico al grupo hidroxilo de un aminoácido serina en la posición 70 del extremo C-terminal de la enzima ciclo-oxigenasa que cataliza la síntesis de las prostaglandinas. [John R. Vane ex aquo Sune K. Bergström y Bengt I. Samuelsson fueron galardonados con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por sus trabajos sobre las prostaglandinas y moléculas afines].

Otro efecto de la Aspirina® es su acción anti-agregación plaquetaria, debido también a la inhibición de la síntesis de prostaglandinas. En 1949, Gibson describió los resultados del empleo de ácido acetil-salicílico en un pequeño grupo de pacientes con problemas vasculares. Sus hallazgos, junto con los de Lawrence Craven en California confirmaban que los pacientes tratados con ácido acetil-salicílico por su acción antirreumática sufrían hemorragias con mayor frecuencia. Al mismo tiempo, Lawrence Craven observó durante un estudio no-controlado en más de 8.000 pacientes que usaban Aspirina® de modo regular, una bajísima incidencia de ataques cardíacos. La muerte por un ataque cardíaco del propio Lawrence Craven, un usuario regular de la Aspirina®, socavó la credibilidad de sus hallazgos.

Por suerte, Harvey Weiss estableció en 1967 en New York que la mayor incidencia de hemorragias entre quienes tomaban Aspirina® se debía a una disminución de la agregación plaquetaria. Pocos años después, en 1971, teorizó que la Aspirina® podía ser un magnífico medicamento anti-trombosis. Para confirmar esta teoría se llevó a cabo en Gales (Reino Unido) un ensayo al objeto de valorar la eficacia de la Aspirina® en la «prevención secundaria» (prevención de ataques cardíacos en pacientes con historia clínica previa de accidentes cardiovasculares). Diversos estudios y no poca controversia, han conducido a la aceptación de que dosis bajas de ácido acetil-salicílico son eficaces en la «prevención secundaria» de patología cardiovascular.

Análogos de la Aspirina®.-

Nombres IUPAQ de las estructuras anteriores:

Ácido mefenámico:

         Ácido N-(2,3-dimetilfenil)-2-aminobenzóico

Ácido flufenámico:

         Ácido N-(3-trifluorometilfenil)-2-aminobenzóico

Diclofenaco:

         Ácido 2-[2-(2,6-dicloroanilino)fenil]acético

 

Diflunisal:

         Ácido 5-(2,4-difluorofenil)-2-hidroxibenzóico

El ácido antranílico (ortho-aminobenzóico) es un análogo del ácido salicílico en el que el sustituyente hidroxilo (−OH) de la estructura fenólica se ha reemplazado por un grupo amino (−NH2).

Parke Davis (laboratorio ya desparecido en la vorágine de fusiones y absorciones de empresas farmacéuticas) sintetizó el ácido mefenámico, añadiendo a la estructura química un segundo anillo de benceno que disminuía el pH al mismo tiempo que evitaba la formación de un ion tipo zwitter (zwitterion[i]). El ácido mefenámico se patento en el año 1961. A este le siguieron el ácido flufenámico (1948); y, más tarde, el diclofenaco desarrollado por los también desaparecidos laboratorios Geigy.

Merck Sharp & Dohme (la división europea de la estadounidense Merck & Co.) introdujo diflunisal. Fue el resultado de tres lustros de investigación en la búsqueda de un anti-inflamatorio de duración de acción prolongada pero que mantuviese la acción farmacológica de la Aspirina®.

Ácido p-amino-salicílico (PAS).-

En 1940 Frederick Bernheim, a la sazón bioquímico de la universidad North Caroline (Estados Unidos) descubrió que cuando se añadían los ácidos benzoico y salicílico a los medios de cultivo de Mycobacterium tuberculosis, las bacterias consumían más oxígeno, indicativo de que ambos compuestos eran excelentes nutrientes para esta bacteria aerobia estricta. Bajo los modelos de la «teoría de los anti-metabolitos» (que tan importante fue en el desarrollo de los primeros medicamentos anticancerosos), Alfred Burger, junto a Bernheim estudiaron diversos ácidos aromáticos halogenados y éteres fenólicos como posibles anti-metabolitos que pudieran ser útiles como fármacos anti-tuberculosos.

Algunos de los compuestos sintetizados (por ejemplo: ácido 2, 3, 5-triyodobenzoico) se mostraban muy activos, pero su toxicidad sobre el Sistema Nervioso Central imposibilitaba su uso clínico.

Frederick Bernheim comunicó sus hallazgos a Jorgen Lehmann del Sahlgren’s Hospital de Gotemburgo, Suecia. Durante su estudio con las recientemente descubiertas sufamidas (apócope de sulfanilamidas) se observó la importancia de la presencia de un sustituyente amino (−NH2). Así fue como se decidió añadir este radical al ácido salicílico bteniéndose un medicamento tuberculostático, el ácido para-amino-salicílico (más conocido por su acrónimo PAS).

El ácido p-amino-salicílico se estudió en animales en 1944 mostrando actividad anti-tuberculosa con relativamente pocos efectos adversos. Tras varios ensayos clínicos se confirmó que el ácido p-amino-salicílico era un eficaz fármaco contra el bacilo de Koch.

Enseguida se vio que el tratamiento contra la tuberculosis requería la administración simultánea de varios fármacos, siendo durante años la «triple terapia» (estreptomicina + isoniazida + PAS) el tratamiento de elección de la tuberculosis. Con la «triple terapia» se trataba de evitar la aparición de resistencias, sobre todo contra la estreptomicina.

Una particularidad del PAS es su rápida excreción renal, que exige la administración de dosis diarias de hasta 12g en cuatro tomas. Este hecho, junto con los efectos adversos gastrointestinales fue determinante para su exclusión de la terapéutica anti-tuberculosa a partir de la década de 1980.

Zaragoza a 6 de diciembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza

[i] Zwitterion: es una molécula con separación de cargas eléctricas (negativas y positivas) que se compensan de tal suerte que la molécula es eléctricamente neutra. Deriva del término alemán zwiter, traducible por neutro.


Catalina «La Grande» tal como la pintó Dmitry Levisky

Esta pintura, junto con la carta favorable a la variolización, habrá sido subastada en Londres cuando Usted lea este artículo  Su precio estimativo de salida se hallaba entre $1 millón y $1.6 millones.

Es conocido que Catalina «La Grande» («la emperatriz de todas las Rusias») fue un importante mecenas de las artes, pero también de la ciencia, en el entonces muy atrasado imperio ruso. Uno de estos progresos fue la variolización, precursora de la vacuna contra la viruela desarrollada por el británico Edward Jenner. En la carta manuscrita de la zarina Catalina «La Grande» se insta a un gobernador de provincias para que lleve a cabo en el ámbito de su jurisdicción la variolización de la población, una técnica precursora de la vacuna contra la viruela, cuyo empleo se generalizó en Europa, pero que ya se venía usando en la medicina tradicional de Asia y África.

La que sería conocida como «emperatriz de todas las Rusias» nació el 12 de abril de 1729 con el nombre de Sophia Augusta Fredericka, una princesa prusiana de rango menor en la región de Pomerania (hoy día Polonia) cuya madre, de tan solo 16 años, la entregó de inmediato a una nodriza. Un año y medio después de nacer Sophia Augusta vino al mundo un varón, con el que la familia esperaba perpetuar el título nobiliario, pues de otro modo se perdería. Sin embargo, fue un niño de salud débil que falleció antes de su duodécimo cumpleaños.

Tras su matrimonio con Pedro III, un personaje inmaduro con posibles rasgos de idiotez (en sentido médico), Sophia Augusta adoptó el nombre de Catalina por su obligada conversión a la iglesia ortodoxa rusa. Desde sus inicios como emperatriz trató de borrar sus orígenes alemanes, nunca bien vistos en Rusia. Todo lo contrario a su esposo, quien intentó en vano reorientar el cristianismo ortodoxo ruso hacia el protestantismo luterano, anunciando lealtad hacia Prusia, un pecado imperdonable en la Rusia de los zares. Su destino era previsible: Pedro III perdió el trono en 1762 en un golpe de estado palaciego propiciado por su esposa, muriendo en prisión. Nunca se llegó a saber el grado de implicación de Catalina en la muerte de su esposo.

Hay quien ha querido ver en su permanente necesidad de adulación y poder, una respuesta psicoanalítica al rechazo de su madre tras su nacimiento. Sabía usar la simbología ganándose al pueblo, formado por campesinos y artesanos, mayoritariamente pobres y analfabetos.

Catalina llegó a autoafirmarse la heredera de Pedro I «El Grande». Al igual que éste, Catalina miró hacia Occidente en su afán de modernizar Rusia, en su caso plagiando muchos aspectos legislativos con los que trató de mejorar las paupérrimas condiciones de los siervos. Mantenía intercambio epistolar con Voltaire y Diderot, admiraba a Montesquieu, e impulso la acumulación de obras de arte en su colección (entonces privada) del Hermitage.

Sus propósitos de abolir la servidumbre (esclavitud) y relajar el poder despótico del zarismo, hubo de confrontar intentos de derrocarla (que en aquellos tiempos era sinónimo de asesinarla). Tal vez el más peligroso fue el de Emelyan Pugachev (némesis del zar Pedro III, su marido depuesto y asesinado). Catalina no fue piadosa con él emulando los resolutivos métodos de de Iván IV (Iván «El Terrible»). La rebelión de Pugachev le costó a Catalina su idealismo temiendo desde entonces que el Imperio Ruso siguiese el ejemplo de la Francia revolucionaria. Catalina «La Grande» murió en San Petersburgo en noviembre de 1796, a los 67 años a consecuencia de una tuberculosis crónica que había debutado como una pleuresía contraída durante su juventud.

Sin embargo, uno de los hechos por los que se le recuerda es por su influencia para traer a la atrasada Rusia la técnica de la variolización (precursora de la vacuna contra la viruela).

En la carta antes comentada, Catalina «La Grande», escribe acerca de la importancia de buscar protección contra una enfermedad que estaba devastando su imperio. La vacuna, escribe, debería ser común en todas partes, no habiendo excusas, pues ahora hay médicos y asistentes médicos en todos los lugares; y, además, el procedimiento no requiere gastos.

La carta está datada el 20 de abril de 1787, dirigida a un oficial del ejército ruso, Piotr Aleksándrovich Rumiánsev, conde Zadunaysky. En ella escribe que una de sus tareas más importantes es variolizar a la población, para reducir el terrible daño causado por la enfermedad [viruela] entre la gente común.

La propia Catalina y su hijo Pavel Petrovich habían sido variolizados en 1768, dos décadas antes de la fecha de la carta.

La variolización consistía en hacer un rasguño en la piel introduciendo pus o costras extraído de las pústulas de personas infectadas con viruela. Este procedimiento, no exento del riesgo de contagiarse con viruela, se practicaba rutinariamente en India y China, antes de que la esposa (Mary Wortley Montagu) del embajador británico en Constantinopla (Estambul desde 1930) lo llevase primero a Gran Bretaña y, desde allí al resto de Europa. A Norteamérica y el Caribe llegó como una práctica importada por los esclavos africanos.

Catalina «La Grande» había visto de cerca la viruela y sus irreversibles secuelas, en forma de muerte (la esposa de uno de sus asesores más cercanos) y desfiguración permanente de muchos supervivientes, entre ellos su odiado esposo. Por ello invitó a un médico británico, Thomas Dimsdale a San Petersburgo para variolizarse, junto a su hijo y el resto de los miembros de la corte. Era su manera de demostrar ante la gente que el procedimiento era seguro y, de ese modo se lograrían frenar las terribles epidemias.

Catalina proporcionó a Thomas Dimsdale un carruaje y protección en caso de que ella falleciese víctima de la viruela por variolización y se viera obligado a salir rápidamente de Rusia. Por suerte no fue así. Tras sufrir una forma leve de viruela, la emperatriz se recuperó y Rusia estableció un festivo en conmemoración.

Como se ha escrito antes, Catalina falleció víctima de la tisis (tuberculosis) en 1796, el mismo año que Edward Jenner en Inglaterra descubrió la vacuna de la viruela (preparada a partir de costras de la viruela vacuna, mucho menos virulenta para los humanos pero con capacidad para estimular la defensa inmunitaria de por vida). La vacuna desplazó la técnica de la variolización, pero sin ésta aquella no hubiera sido posible.

Zaragoza, a 3 de diciembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


Si bien el talón de Aquiles del coronavirus SARS-CoV-2 parece estar en las vacunas, otra estrategia terapéutica contra el covid-19 son los anticuerpos monoclonales.

Los anticuerpos monoclonales se obtienen a partir de la sangre de pacientes que se han recuperado de la infección. De modo ideal, los anticuerpos monoclonales se administran (por infusión intravenosa) al inicio de la infección, incluso antes de la exposición al virus, logrando así una inmunización rápida. La inmediatez de la inmunización es la principal, y radical, diferencia con la vacunación en la que el paciente debe ha de fabricar sus propios anticuerpos.

El tratamiento con anticuerpos monoclonales trascendió a los medios de divulgación cuando se administró al ex Presidente de Estados Unidos Donald John Trump. En su caso se usó un cóctel de anticuerpos fabricados por Regeneron Pharmaceuticals. Aun cuando Donald Trump prometió que todos los pacientes con covid-19 tendrían acceso a los mismos, estos fármacos son difíciles de fabricar y muy costosos. Aprovechando sus declaraciones, Regeneron Phrmaceuticals y Eli Lilly se apresuraron a solicitar la autorización de comercialización de sus anticuerpos monoclonales. [Los anticuerpos monoclonales de Eli Lilly son: Etesevimab (LY-CoV 016) y Bamlanivimab (LY CoV 555), administrándose ambos en un único preparado farmacéutico]. [Los anticuerpos monoclonales de Regeneron Pharmaceuticals son Casirivimab e Imdevimab, también administrados conjuntamente].

Prometheus Bioscience Inc., una compañía que apela en su página web a la «medicina de precisión», está desarrollando anticuerpos monoclonales anti-covid-19. Para ello colabora con USAMRIID (US Army Research Institute of Infectious Diseases), y un laboratorio de New Hampshire, denominado Adimab. De hecho Adimab viene a ser la división comercial de Prometheus Bioscience Inc.

Se buscan anticuerpos monoclonales que persistan en el organismo más allá de varias semanas (a lo sumo, seis meses), que se observa con los anticuerpos monoclonales de Regeneron Pharmaceuticals y Eli Lilly.

El anticuerpo diseñado por Prometheus Bioscience Inc., protege no solo contra el SARS-CoV-2, sino contra otros virus de murciélagos (estos quirópteros son una fuente casi inagotable de virus). Ello hace pensar que tal vez el anticuerpo de Prometheus Bioscience ) pueda ser eficaz contra muchos coronavirus patógenos, no descubiertos hasta ahora.

Un estudio relativamente reciente registró alrededor de 400 cepas de coronavirus de murciélagos en China, algunas de las cuales ya se habían expandido a personas.

Las investigaciones de Prometheus Bioscience Inc. no se ciñen a los coronavirus. También se investigó sobre el virus ébola haciendo posible el descubrimiento de una nueva ruta de infección de las células humanas. Esta investigación permitió el diseño de un anticuerpo monoclonal eficaz contra la mayoría de las cepas de este virus.

Los anticuerpos son tan variables como las personas que los producen; algunos son más débiles que otros; los hay que son un oxímoron pudiendo proteger de la infección al mismo tiempo que dañan las estructuras corporales dando lugar a enfermedades autoinmunes.

Los anticuerpos monoclonales son copias (obtenidas por ingeniería genética) de los anticuerpos más eficaces producidos naturalmente por los pacientes.

Regeneron Pharmaceuticals desarrolló un cóctel de anticuerpos; uno de los componentes del cóctel se aisló de un paciente en Singapur; otro se preparó a partir de un fragmento viral sintético en ratones.

En competencia, Prometheus Bioscience Inc., (que también contó con subvención del gobierno federal de Estados Unidos) se hallaba desarrollando anticuerpos monoclonales contra otros virus mortales: los causantes de la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo y hantavirus (también asociado a fiebre hemorrágica). [Los hantavirus toman el nombre de género – Hantaviridae – porque se aislaron de las orillas del rio Hantaan, en la península de Corea]. Por ello, cuando surgió la pandemia no disponían de muestras de sangre de pacientes con covid-19. No se arredraron. Confiaron su programa de investigación a las muestras de sangre de un superviviente del brote de SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome) del año 2003, un virus que, a pesar de la similitud con el SARS-CoV-2, no llegó a desencadenar la ya entonces anunciada y temida pandemia.

En Prometheus Bioscience Inc., colaboran Jason-McLellan, de la universidad de Texas, en Austin, un experto en coronavirus, y John Dye, a la sazón en el Instituto de las Fuerzas Armadas estadounidenses, quien había realizado un trabajo pionero sobre el virus ébola publicado en The Journal of Infectious Diseases, con el título Characterization of an Anti-Ebola virus Hyperimmune Globulin Derived from Convalescent Plasma.

Jason McLellan fue el primero que publicó la estructura completa del nuevo coronavirus  en la revista Science. La proteína S (de, Spike, espícula o espiga) tachona el esferoide vírico. Como es bien conocido, esta proteína es la responsable de la infección vírica tras su interacción con un tipo específico de proteína receptora de las células humanas.

Usando esta proteína vírica, Adimab aisló alrededor de 200 anticuerpos de la muestra del paciente de SARS del año 2003. Cada uno de estos anticuerpos se evaluó separadamente contra virus completos y en virus incompletos (proxys víricos) La lista de 200 anticuerpos se redujo a 7, los que reconocían tanto al SARS (del año 2003) como al SARS-CoV-2 (responsable de la actual pandemia). El poder neutralizante de estos siete anticuerpos se optimizó en dos órdenes de magnitud, esto es x100 veces.

No solo Regeneron Pharmaceuticals, sino otros laboratorios (Roche Ltd., GlaxoSmithKilne Pharma, Eli Lilly) han desarrollado distintos anticuerpos monoclonales anti-covid-19.

Los cócteles de anticuerpos monoclonales autorizados (noviembre 2021) son:

  • Bamlanivimab + Etesevimab (Eli Lilly)
  • Casirivimab + Imdevimab (Regeneron Pharmaceuticals)
  • Sotrovimab (GlaxoSmithKline Pharma)

Los anticuerpos monoclonales son medicamentos costosos y de síntesis compleja. Los tratamientos más baratos son de alrededor de quince mil dólares anuales ($15,000 /año); pero los hay de hasta $200,000 (doscientos mil dólares). Ello limita su empleo generalizado a países con elevados niveles de renta, pero son inaccesibles a aquellos con bajos estándares de desarrollo socio-económico.

Además, las cantidades de anticuerpos monoclonales que se han de inyectar son generalmente muy elevadas (Donald John Trump recibió hasta 8 gramos). En cambio las dosis de vacunas tienden a ser microgramos (10-6 g) e incluso nanogramos (10-9 g). Hay otro aspecto a considerar: las vacunas mantienen su efecto durante mucho tiempo (al menos varios meses en el caso del covid-19), mientras el efecto de los anticuerpos monoclonales apenas persiste más allá de varias semanas.

Numerosos grupos de investigación, varios de ellos en la República Popular China, tratan de desarrollar anticuerpos monoclonales contra el SARS-CoV-2, pero también contra otros coronavirus hallados en murciélagos. Se han establecido acuerdos de colaboración entre distintos equipos de trabajo y empresas fabricantes al objeto de abaratar costes, haciéndolos más asequibles a países con recursos limitados.

El pasado mes de julio (2021) seis empresas farmacéuticas, entre ellas la estadounidense Eli Lilly, y la sueco-británica AstraZeneca, solicitaron al Departamento de Justicia de Estados Unidos que se les permitiera compartir información sobre instalaciones para la fabricación, materias primas y suministros, sin violar las leyes anti-monopolio (anti-trust).

Por ello, los tratamientos con anticuerpos monoclonales (ver antes) asocian dos anticuerpos distintos, al objeto de anticiparse a posibles mutaciones del virus. Una excepción es Sotrovimad, de la multinacional británica GlaxoSmithKline Pharma, que se administra en régimen de monoterapia.

Zaragoza, a 30 de noviembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza


De nuevo la alarma mundial ante una variante del coronavirus SARS-CoV-2 (que acumula varias mutaciones potencialmente peligrosas) ha comenzado a bloquear viajes a varios países del sur de África, hecho desplomarse el mercado bursátil mundial, y elevado varios escalones la inquietud político-científica.

La primera medida ha sido la suspensión hacia (y desde) varios países del sur de África imponiendo estrictas cuarentenas a todos los que regresen de esas regiones. La medida trata de impedir o retrasar la llegada a Europa de la variante, que acaba de ser denominada con la letra griega ómicron. La medida ha sido tomada antes de que finalizase una reunión de científicos sudafricanos con expertos de la Organización Mundial de la Salud.

Los primeros países en restringir los viajes hacia, o desde, las regiones donde esta variante se está expandiendo han sido: Bahréin, Bélgica, Reino Unido, Croacia, Alemania, Israel, Italia, Japón, Malta, Países Bajos, Hong Kong, Filipinas y la ciudad estado de Singapur. España tomará la decisión tras la reunión del consejo de ministros del próximo martes, 30 de noviembre.

La rapidez con que se han adoptado estas medidas tiene que ver con la posibilidad de que las vacunas no protejan (o no lo hagan de modo suficiente) frente a esta variante (ómicron).

La variante ómicron se designó inicialmente B.1.1.529. Porta una constelación de mutaciones muy inusual, tal como se desentraño en la Plataforma de Secuenciación, Investigación e Innovación de KwaZulu-Natal (Sudáfrica).

Solo en la proteína que abre la puerta al virus para infectar las células humanas se han detectado 10 mutaciones, muchas más que la peligrosa variante delta (δ).

Se conoce muy poco de esta variante. Durante los últimos meses han surgido otras [variantes] potencialmente peligrosas que desaparecieron espontáneamente.

La experiencia de tantos meses de pandemia ha sido determinante para la rápida, casi histérica, toma de medidas restrictivas. No se quieren cometer los graves errores del pasado.

Hasta ahora (26 de noviembre de 2021) solo se han identificado unas pocas decenas de casos de la nueva variante en Sudáfrica, Botsuana, Bélgica (una mujer no vacunada procedente de Egipto), Hong-Kong e Israel (una mujer procedente de Malawi).

El surgimiento de esta variante sudafricana preocupa especialmente en Europa, donde la laxitud de las restricciones junto a los bajos índices de vacunación han incrementado la incidencia de covid-19 en muchos países, sobre todo de Europa central y oriental. La incidencia también está aumentando en Portugal, a pesar de ser el que tiene el mayor porcentaje de población vacunada.

No obstante las restricciones de transporte aéreo con las regiones más afectadas, no suele impedir (la experiencia así lo ha demostrado) la expansión de las variantes más dañinas del éste, o cualquier otro virus.

Las autoridades sudafricanas han tratado de impedir, en vano, el aislamiento internacional de su país, alegando que la Organización Mundial de la Salud todavía no ha realizado ninguna recomendación.

Los primeros casos de esta variante (ómicron) se aislaron en un centro económico que rodea a Johannesburgo (Joburgh, como se la conoce popularmente), “capital” financiera del país.

Lo más inquietante de esta variante es el elevado número de mutaciones, muy superior al observado en otras variantes, tales como la delta (δ).

Una de las mayores preocupaciones es que los anticuerpos desarrollados mediante la vacunación no neutralicen al SARS-CoV-2 tornándolo resistente.

Hasta ahora el número de casos es relativamente bajo pero, la expansión puede ser geométrica.

La nueva variante (ómicron, también designada B.1.1.529) tiene más de 30 mutaciones, solo en la proteína S (Spike) que tachona el esferoide vírico. Esta proteína interactúa con un receptor presente en las membranas de las células humanas (ACE2), abriéndose una puerta de entrada al virus (véase fotografía tomada con microscopio electrónico). [El acrónimo AEC es Angiotensin Enzyme Convertase type 2]. De las más de 30 mutaciones de la proteína S del coronavirus, 10 se hallan en el epítopo que interactúa con la proteína receptora ACE2. A efectos comparativos, la variante β tenía tres mutaciones; y la variante δ solo dos.

Esta variante (ómicron) comparte con las variantes λ y β su capacidad para evitar la respuesta inmune del infectado. He aquí otro aspecto trascendente de esta variante: su mayor transmisibilidad.

La variante ómicron ha aparecido entre los jóvenes en el rango etario de 18 a 34 años, cuyo índice de vacunación es inferior al 25%.

En Sudáfrica comienzan ahora las vacaciones escolares y los viajes de verano, hecho que contribuirá a la expansión de esta nueva variante del coronavirus.

Es indudable que si una variante surge en un determinado lugar, termina por expandirse a todo el planeta.

Las primeras infecciones se detectaron en Hong Kong, en dos hombres que habían regresado de Sudáfrica. Ambos, sin vínculos personales ni profesionales, compartían la secuencia genómica de la variante ómicron (B.1.1.529), y los dos habían sido vacunados. Se les obligó a realizar cuarentena durante dos o tres semanas. La transmisión se había producido, pues, por vía aérea. [Téngase en cuenta que Hong Kong exige guardar cuarentena a todos los viajeros procedentes del extranjero, hayan sido, o no, vacunados]. Hong Kong y la República Popular China (hoy el mismo país) son los dos únicos lugares del mundo que continúan aplicando la denominada «estrategia de contención» para la total erradicación del coronavirus, con el perjuicio que este proceder está causando a la reputación de Hong Kong como centro financiero internacional.

Durante las próximas semanas el mundo vuelve a contener la respiración.

Zaragoza, a 27 de noviembre de 2021

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes. Zaragoza