Viruela, de la antigüedad a la vacuna

The Swedish National Heritage Board: esqueleto vikingo con marcas de viruela, con una datación (por C 14) de más de 1.200 años de antigüedad.

La evolución del virus más mortífero de la Historia, la viruela, esconde todavía muchos aspectos ignorados.

Su morbilidad y mortalidad eran incomparablemente superiores a los de la actual pandemia (2020) por coronavirus SARS-CoV-2. Solo durante el siglo XX la viruela (antes del desarrollo de la vacuna que terminó por erradicarla) mató a decenas de millones de personas en todo el mundo.

La viruela era una zoonosis: afecta habitualmente a roedores, desde donde saltó a los humanos, hace millones de años.

Hasta ahora, el primer caso de viruela hallado en restos arqueológicos era una momia infantil en la actual Lituania, con datación del siglo VXII.

Muy recientemente un grupo de investigadores han publicado en la revista Science el descubrimiento de trazas de genoma de la viruela en un esqueleto de la era vikinga.

No parece ser, según los autores del trabajo, un antepasado evolutivo del virus de la viruela moderna, dado que el tamaño de su genoma (conjunto de genes) es mayor que el virus de la viruela conocido en la historia más reciente. De modo general, cuanto más simple (menos genes) tiene un virus mayor es su virulencia. Por ello al virus de la viruela cuyas trazas se han identificado en el esqueleto vikingo se le ha considerado una especie de «vía muerta» de la evolución.

La viruela es, con toda probabilidad, muy anterior al último, y hasta ahora más reciente descubrimiento.

El nombre en latín de la viruela es variola; se conocen dos cepas del virus variólico: variola minor y variola major. El apellido de la viruela (variola) se debe a la mortalidad asociada: aproximadamente del 1% en la cepa «minor», y más del 30% en la cepa «major». Ambas se erradicaron a la vez. Nunca se descubrió a qué se debía la muy diferente mortalidad de ambas cepas.

Las características de las trazas halladas en el genoma del esqueleto vikingo se consideran suficientes para crear una nueva estirpe (técnicamente clado). Se piensa que tanto la «viruela vikinga» como la «viruela moderna» proceden de un antepasado común que divergió genéticamente1.700 años atrás.

Se ha teorizado que el virus de la «viruela vikinga» ha derivado en otra(s) cepa(s) más sencillas (han perdido algunos de sus genes a cambio de mayor virulencia. Se cree que los virus más simples pueden soslayar más fácilmente la respuesta inmune del organismo infectado. Por otra parte, una reacción inmune excesiva compromete la vida del paciente más que la propia infección. En este sentido, la actual pandemia de covid-19 es paradigmática.

El origen de la viruela conocida en Occidente no procede de las tierras nórdicas, sino que surgió en los primeros asentamientos agrícolas en el noreste africano hace alrededor de 10.000 años. Desde allí se expandió al subcontinente indio a través de mercaderes egipcios. Los estudios de momias de las Dinastías Egipcias (1570-1085 a.C.) muestran evidencias de la enfermedad. Por ejemplo, el faraón Ramsés V (fecha de muerte datada en 1156 a.C.) lleva indubitadas señales de haber padecido (probablemente muerto) a causa de la viruela.

La infección llegó a Europa en algún momento entre los siglos V y VII A.D. Las epidemias fueron frecuentes. Algunos historiadores han querido atribuir a los brotes de viruela algún grado de implicación en el desmoronamiento del Imperio Romano alrededor del 108 A.D. La posterior expansión árabe-nazarí, las Cruzadas a Tierra Santa y los viajes a las Indias Occidentales contribuyeron a la globalización de la enfermedad.

La introducción y ulterior expansión de la viruela en tierras americanas, se produjo a través de la conquista. La enorme mortandad entre los oriundos de América, sin experiencia previa con el virus, pudo haber condicionado el colapso de las culturas inca y azteca.

De modo similar, la llegada de colonos en el barco Mayflower en 1620 a la actual Norteamérica tuvo un resultado similar en las tribus indias. Ya en aquella época se intentó utilizar la viruela como arma biológica: durante la Guerra Franco-India (una extensión a Norteamérica de la «Guerra [europea] de los Siete Años», cuando Jeffrey Amherst planificó el exterminio de la población indígena mediante la viruela.

El tráfico de esclavos hacia Norteamérica y el Caribe desde la costa Occidental africana también contribuyó a la expansión de la enfermedad.

Durante el siglo XVIII la viruela afligió a todas las clases sociales europeas. Algunas estimaciones (sujetas a amplio margen de error) estiman que más de 400.000 personas murieron, y una tercera parte de los supervivientes quedaron ciegos.

Los síntomas de la viruela debutaban de manera súbita, y las secuelas de quienes sobrevivían a la infección eran devastadoras: los rostros quedaban marcados otorgando una apariencia casi deforme. La mortalidad variaba en los adultos entre el 20% y el 80%, pero era dramática en los niños (superior al 80% durante algunos brotes epidémicos).

Se afirma que Marius de Avenches, a la sazón obispo de Lausana (Suiza), introdujo el término variola en el año 570 A.D. Etimológicamente la palabra puede derivar de varius (teñido o manchado), o bien de varus («marcas en la piel»). A partir del siglo XV se usó en Inglaterra la expresión small pockets («pequeños sáculos» – por las marcas permanente en la piel) para diferenciarla de great pockets, con que se designaba a otra entonces terrible enfermedad, la sífilis. De ahí surgió la denominación actual en inglés de la viruela: smallpox.

A través de la cultura popular se sabía desde antiguo que quienes sobrevivían a la enfermedad no se contagiaban de nuevo.

En las prácticas tradicionales se llevaba a cabo una técnica, tan arriesgada como eficaz, precursora de la futura vacuna. Usando una lanceta húmeda se abría una pequeña incisión en la que se introducían restos de pus o costras frescas de supervivientes. El procedimiento se denominaba con el latinismo variolización , y se generalizaba cada vez que surgía un brote epidémico. Era, en verdad, un proceder arriesgado ya que no pocos contraían la infección en su versión más grave, casi siempre mortal, al mismo tiempo que contribuían a extender la epidemia.

La variolización se realizaba desde mucho antes del siglo XVIII en África, India y lejano oriente. Hacia 1670 los circasianos introdujeron esta costumbre en el Imperio Otomano. A las mujeres caucásicas, célebres en la época por su belleza, sus madres, cuando niñas, las sometían a variolización. De ese modo evitaban, si sobrevivían, contraer la viruela con sus irreversibles secuelas físicas y estéticas, siendo así más codiciadas para los harenes de los sultanes turcos.

Europa tuvo noticias de la variolización a comienzos del siglo XVIII, inicialmente por dos escritos, uno de Emanuel Timoni (1714) y otro de Giacomo Pilarino (1716). Ninguna de estas comunicaciones epistolares ejerció influencia en las conservadoras prácticas de la medicina británica dieciochesca; sí, en cambio, la experiencia de Lady Montague, esposa del embajador británico en Constantinopla (actual Estambul), Edward Wortley Montague. Ella sobrevivió a la viruela, aunque su rostro quedó dramáticamente desfigurado. Su hermano sucumbió a la enfermedad apenas un año y medio después. Al poco tiempo de arribar al entonces llamado «Puerto Sublime» (Estambul) escribió una carta en la que describía la práctica de la variolización en la corte otomana. De hecho, asumiendo riesgos, llevó a cabo el procedimiento en su hijo, entonces de 5 años de edad. Era el año 1718. Tras su regreso a Londres, se procedió a inocular («variolizar») en presencia de varios médicos de la corte británica, a su hija, de 4 años. El éxito con sus dos hijos hizo que la técnica se extendiese entre los miembros de la Familia Real británica.

Los siguientes en ser inoculados con el virus variólico fueron un grupo de prisioneros en Newgate (9 de agosto de 1921) y varios niños de orfelinato (usados comúnmente como «conejillos de indias» de la investigación biomédica hasta entrado el siglo XX).

El procedimiento [de la variolización] conllevaba notables riesgos: entre un 2% y un 3% morían como consecuencia de la infección, además de contagiarse de otras enfermedades, tales como sífilis o tuberculosis, por la falta de esterilidad del procedimiento. A pesar de los riesgos, la mortalidad subsiguiente a la variolización era diez veces más baja que la derivada de la infección natural. La muerte por viruela de varios descendientes de casas reales europeas, generalizó la praxis no solo entre la realeza, sino entre los ejércitos.

La técnica llegó muy pronto (1721) a las colonias norteamericanas, gracias al reverendo Cotton Mather y al médico Zabdiel Bolyston.

Un barco procedente de las Indias Occidentales llegó a Massachusetts con varios pasajeros infectados, desencadenándose una epidemia. Bolyston urgió la inoculación generalizada, hecho que dio lugar a una exasperada controversia, a tal grado que, en el pico de la epidemia, la casa materna [de Bolyston] fue atacada con explosivos. Sin embargo, un análisis estadístico (muy probablemente el primero del que se tiene noticia en el ámbito de la medicina) evidenció que la mortalidad por viruela en el área de Boston fue del 14%, y tan solo del 2% entre aquellos que habían sido variolizados.

En este punto es obligado recordar el viaje de Francisco Xavier de Balmis y Berenguer. Como escribe Luis Pueyo en Revista de Historia, este médico alicantino logró que Carlos IV (una de cuyas hijas había fallecido de viruela) financiase una expedición para llevar el agente pernicioso a territorios de la América española usando niños de orfelinato como portadores. La Expedición Filantrópica de la Vacuna, tal fue su nombre, zarpó de La Coruña en noviembre de 1803, y tras hacer escalas en varios puertos, comenzando por Puerto Rico, continuó hasta Filipinas. Se logró así hacer llegar la protección contra la infección [atenuada] a comunidades en las que la viruela causaba verdaderos estragos, sobre todo entre la población infantil. Los niños expósitos actuaron, de este modo, como porteadores para su inoculación protectora en niños sanos.

Tristemente el caso español no tuvo la repercusión merecida más allá del limitado ámbito científico. No en vano, España no se hallaba en la vanguardia de la investigación médica.

En el año 1757, un niño de 8 años de Gloucester (Inglaterra) fue inoculado con el virus de la viruela procedente de las costras frescas de mujeres que ordeñaban vacas. Era uno más de los miles de niños ingleses que se sometieron a dicha práctica. El niño en cuestión desarrolló una forma leve de viruela, y la subsiguiente inmunidad. Se llamaba Edward Jenner.

Cuando era adolescente, Edward Jenner oyó decir a una granjera que “[yo] nunca padeceré la viruela porque he tenido la viruela de las vacas”. Era, en efecto, una creencia popular que las mujeres dedicadas al ordeñó del ganado vacuno nunca contraían la enfermedad.

Edward Jenner tuvo un mecenas influyente en su vida profesional, John Hunter, a la sazón un prestigioso anatomista y biólogo experimental. El interés científico inculcado por su profesor primero, amigo más tarde, John Hunter, le indujo a participar en actividades científicas muy diversas, desde la clasificación de muchas especies traídas del viaje ultramarino de John Cook en 1772 a trabajos en hematología, zoología o física aerostática. Su versatilidad, lejos de prestigiarle, hizo que muchos científicos dudasen de la calidad de sus trabajos científicos.

Edward Jenner jugó un trascendente papel en la preparación de tratrato de antimonio y potasio, más conocido como «tártaro emético».

No obstante, Edward Jenner entró en la Historia por el desarrollo de la vacuna contra la viruela.

En 1796 Jenner observó que las personas que ordeñaban vacas, generalmente mujeres, tenían lesiones en sus manos y brazos que remedaban a las de la viruela, sin que padecieran la forma más grave de la  enfermedad. A partir de un exudado de estas lesiones, E. Jenner las inoculó a James Phipps, un niño de 8 años, hijo de su jardinero. Cabe suponer que no pidió permiso al padre, o bien éste no se atrevió a negarse. Algunos días después, el niño desarrolló un leve cuadro febril, molestias axilares (adenopatía de los ganglios linfáticos); y, nueve días más tarde, un proceso de tipo catarral con pérdida de apetito. Por suerte, se recuperó por completo. Dos meses después, E. Jenner infectó al niño con virus activos (algo hoy día inimaginable), sin que desarrollara la temible infección. Jenner concluyó de su experimento que la protección frente a la viruela era total.

En 1797  envió una breve comunicación a la Royal Society [de Londres] describiendo su experimento. Su escrito no se tuvo en consideración.

El año siguiente (1798) publicó un texto de farragoso título (An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae, a disease discovered in some of the western counties of England, particulary Gloucestershire and Known by Name of Cow Pox). La publicación fue muy controvertida entre el estamento médico de la época.

La palabra vacuna procede de vaca (vacca en latín, vaccine en inglés).

Los intentos de Edward Jenner para generalizar el uso de su vacuna fracasaron. Sin arredrarse por la escasa aceptación, enviaba muestras a quien se lo requería. Entre quienes la recibieron se hallaba Benjamin Waterhose, profesor de física en la universidad de Harvard.

Waterhouse introdujo la vacunación en Nueva Inglaterra, Estados Unidos, al mismo tiempo que persuadió al entonces Presidente, Thomas Jefferson para que crease la National Vaccine Institute, al objeto de fomentar su utilización.

La situación de Edward Jenner era ambivalente; de una parte recibía el reconocimiento (económico) del Parlamento Británico; de otro, las críticas de muchos de sus colegas científicos. Finalmente, la vacunación acabó por imponerse en Inglaterra en detrimento de la variolización, prohibida a partir del año 1840.

La casa familiar de Edward Jenner fue, a partir de 1985, el Jenner Museum. En el jardín hay una modesta choza, conocida como «Temple of Vaccinia» («templo de la vacuna») en la que Jenner vacunaba de modo gratuito a las personas sin recursos.

Edward Jenner murió de tuberculosis el 26 de enero de 1823; sus dos hermanas y su esposa fallecieron de la misma enfermedad muy poco tiempo después.

Tal vez, en sentido estricto, E. Jenner no descubrió la inmunización contra la viruela, pero otorgó al procedimiento validación científica. El mérito de Jenner fue desarrollar una técnica estandarizada a partir de la sabiduría popular, iniciando una historia fascinante que desembocó en 1980 con la erradicación formal de la enfermedad en todo el mundo.

Gracias a la vacunación, durante la década de 1950 la viruela prácticamente desapareció de Europa y Norteamérica, pero continuaba afligiendo a muchos países menos desarrollados.

En el año 1975 Rahima Banu, entonces una niña de tres años de Bangladesh, fue el último caso confirmado de variola major; y la última persona en Asia que sufrió una enfermedad variólica activa. Se le aisló al tiempo que se procedió a la vacunación de todos los habitantes en un radio de unos tres quilómetros. Ello fue posible gracias a la Smallpox Eradication Program.

Sin embargo, la última persona que se contagió de modo natural con viruela fue Ali Maow Maalin (con variola minor) en la cocina de un hospital de Merca, Somalia. Fue diagnosticada inicialmente de malaria y varicela, hasta que se confirmó que padecía viruela, en su versión menos virulenta. Aun cuando se recuperó de la viruela, terminó falleciendo de malaria el 22 de julio de 2013.

No obstante, Janet Parker fue la última persona que murió víctima de la viruela el 11 de septiembre de 1978, a pesar de haber sido vacunada. Contrajo la infección mientras trabajaba como fotógrafo médico en el departamento de microbiología de la Medicine School en la universidad de Birmingham, Reino Unido.

La Organización Mundial de la Salud declaró formalmente erradicada la viruela el 8 de mayo del año 1980.

No obstante, se conservan virus variólicos viables en Estados Unidos y Rusia. En un principio también existían stocks en Reino Unido y Sudáfrica, pero ambos países destruyeron los virus o los transfirieron a otros laboratorios. En la actualidad solo existen virus variólicos viables, bajo estricta supervisión de la Organización Mundial de la Salud en dos centros: los CDC (acrónimo de Center for Disease Control, and Prevention) en Atlanta, Georgia, Estados Unidos, y State Research Center of Virology and Biotechnology (VECTOR Institute) de Moscú, Rusia.

Zaragoza, a 28 de julio de 2020

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Florentino Ballesteros, 11-13

50002 Zaragoza

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