Daño cerebral por coronavirus SARS-CoV-2

El coronavirus SARS-CoV-19, agente etiológico de la enfermedad covid-19, ataca a los pulmones, pero también a los riñones, hígado, vasos sanguíneos y, en aproximadamente la mitad de los pacientes, al cerebro dando lugar a problemas neurológicos y psiquiátricos.

En los pacientes con afectación cerebral el virus se reproduce en distintas estirpes celulares de tejido nervioso. Las células infectadas no mueren; pero sí las células adyacentes a las infectadas debido a la anoxia (falta de oxígeno).

No se conoce cómo penetra el virus en el cerebro y con qué frecuencia desencadena este rastro de destrucción en algunos pacientes. Se teoriza que la afectación cerebral se deba bien a razones genéticas [del paciente], o a la elevada carga viral durante el contagio. No obstante, pueden existir otras razones.

Un estudio publicado online (todavía en espera de la revisión por pares, o peer-review), dirigido por Akiko Iwasaki, inmunóloga de la universidad de Yale, Estados Unidos, ha demostrado que la infección cerebral podría influir en la deriva mortal de la enfermedad. El trabajo ha desentrañado algunas estrategias mediante las que el virus invade las células cerebrales.

El estudio ha relacionado por primera vez las imágenes de las tomografías cerebrales con los síntomas de los pacientes.

Una publicación anterior (julio 2020) ya daba cuenta que la infección covid-19 desencadenaba complicaciones neurológicas.

En este último trabajo se documenta cómo se produce la infección cerebral. Para descifrarlo usaron tres modelos: la necropsia de una persona fallecida, animales de laboratorio (ratones); y «organoides» (agrupaciones de células cerebrales que remedan la estructura tridimensional del cerebro completo).

Se han estudiado otros virus, como el Zika, que infectan también células cerebrales. La respuesta del sistema inmunitario es drástica: distintas estirpes de células inmunes se arremolinan alrededor de las células infectadas [por el virus] causando más daño que beneficio en su lucha por destruir las células infectadas.

A diferencia del virus Zika, el coronavirus SARS-CoV-2 es mucho más sibilino: utiliza las células del parénquima cerebral para multiplicarse, pero evita su temprana destrucción. Sin embargo, tal proceder disminuye la tensión de oxígeno (anoxia) que termina por asfixiar (metabólicamente) a las células adyacentes.

Con el SARS-CoV-2, a diferencia del virus Zika, los investigadores no hallaron evidencia de una respuesta inmune. De algún modo, es una infección silente, como si el propio virus hubiese desarrollado una estrategia evasiva frente al sistema inmunitario.

Estas observaciones fueron concordantes en los tres modelos estudiados: el paciente humano, el ratón y los «organoides».

La infección cerebral por SARS-CoV-2 parece disminuir rápidamente el número de uniones sinápticas, si bien se desconoce si estas desconexiones entre neuronas son reversibles.

Como es bien conocido, el SARS-CoV-2 infecta a las células a través del engarce con una proteína de membrana celular designada como ACE2 (acrónimo de Angiotensin Convertase Enzyme type 2). La distribución, ubicua pero desigual, de este receptor de membrana determina qué órganos se afectan de modo preferente. Las membranas de las células del endotelio pulmonar profundo tienen una elevada densidad de estos receptores; de ahí que la neumonía sea uno de los procesos primeros y más característicos en las infecciones graves.

Las células cerebrales no son especialmente abundantes en este receptor [ACE2] por lo que no son especialmente vulnerables, si bien, en algunos pacientes, son suficientes para desencadenar daños neurológicos.

Los investigadores estudiaron dos grupos de ratones, uno normal (expresan el receptor ACE2 en las células nerviosas), y otro modificado genéticamente (ratones «knock-out») que carecen del receptor en el tejido cerebral, pero lo continúan expresando en las células pulmonares. Tras la infección deliberada de los ratones, solo los que expresaban el receptor en las células nerviosas enfermaron rápidamente muriendo a los pocos días.

Entre otras cuestiones, estos experimentos parecen confirmar un hecho que ya se conocía: que la infección cerebral es más letal (en términos estadísticos) que la infección pulmonar.

El virus puede llegar al cerebro a través del bulbo olfatorio (ruta habitual para muchos gérmenes infecciosos que invaden el cerebro); con menos frecuencia la vía ocular; y, más raramente, por vía hemática. La anosmia (pérdida del olfato) podría explicarse por esta circunstancia.

El actual coronavirus SARS-CoV-2 ha trastocado incluso un paradigma científico, según el cual la evidencia clínica suele ir por delante de los hallazgos experimentales.

Diferentes análisis retrospectivos muestran que entre el 40% y 60% de los pacientes hospitalizados con covid-19 sufren síntomas neurológicos y psiquiátricos. No obstante, no hay certidumbre de que los síntomas se deban a la infección cerebral per se, o bien sean consecuencia de la inflamación desencadenada por una masiva respuesta inmunitaria, la conocida como «tormenta de citoquinas».

La reacción inflamatoria segrega múltiples sustancias que aumenten la viscosidad de la sangre, y, en conjunción con una disminución de la tensión de oxígeno, predispone a los accidentes cerebrovasculares (ictus) observados en ocasiones. Esto podría suceder aun cuando no se hubiese producido infección cerebral.

La detección de los estados de delirio y confusión se dificulta por la sedación del paciente mientras se le mantiene con ventilación mecánica.

Si al comienzo de la pandemia, la infección covid-19 se consideraba casi exclusivamente un proceso neumónico, los hechos están demostrando que se trata de una enfermedad sistémica, siendo los pulmones uno de los órganos más afectados.

Zaragoza, a 11 de septiembre de 2020

Dr. José Manuel López Tricas

Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria

Farmacia Las Fuentes

Zaragoza

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