RAZONES DE LA RESTRICCIÓN DE INTERACCIÓN PERSONAL PARA EL CONTROL DE UNA EPIDEMIA
Progresión geométrica (exponencial) de una epidemia sin control
Progresión de la epidemia con limitación de interacción personal
Los gráficos son muy aleccionadores en su simpleza; impedir un contagio evita miles de enfermos y un número impredecible de muertos. Se comprende fácilmente: si la expansión de un virus epidémico tiene una progresión exponencial, impedir un único contagio también tiene un efecto (positivo) exponencial. He ahí la estrategia en la que se sustenta la supervivencia de la sociedad tal como ahora lo conocemos. Las actitudes individuales tienen una trascendencia casi heroica.
No somos invulnerables, pero tampoco nos debemos considerar víctimas inevitables de un minúsculo microbio. Las imágenes de la ciudad de Bérgamo (Italia), en la que durante el conticinio filas de camiones militares, transportan cadáveres a crematorios de otras ciudades nos impresionan y sobrecogen, pero no han de paralizarnos.
Me resulta estrafalario no poder estrechar la mano de un conocido o un amigo, tener que hablarle a distancia, no poder juntarme con nadie en la calle, viajar solo en el coche, ver a personas con mascarillas que ocultan sus sonrisas, no ver niños ni ancianos por las aceras, el silencio de los parques infantiles y el griterío de las salidas de los colegios. Todo me entristece. De pronto descubro cuán valiosas eran mis pequeñas rutinas, tomar un café bajo el tibio sol primaveral, hablar y reír con conocidos, contar algún chiste de dudoso gusto, planificar un pequeño viaje que, finalmente nunca acababa realizando, ir al cine, pasear por el Parque del Agua (en Zaragoza) mientras observaba a los gansos, siempre malhumorados, sin que nunca entendiese porqué se comportan así en un entorno idílico; sentir el viento en mi rostro mientras voy en bicicleta, quedar con amigos mientras saboreo una caña fría; y reír bromeando sobre nuestra edad, lejana ya de esa otra época en la que el calendario vital nos traía al pairo. Me gustaba pasear por Zaragoza en la noche mágica del Jueves Santo mientras veía (y oía) como se acercaban y alejaban procesiones mientras saboreaba el primer helado de la temporada entre estornudos y picor de ojos. ¡Ay, la dichosa alergia!
Estos días son meteorológicamente grises, como si tomasen conciencia del retraimiento que nos aflige. Llegarán pronto los espléndidos días de primavera y ese calor incipiente que augura la menos deseable canícula veraniega. Tal vez con ella, todos comencemos a desperezarnos de esta pesadilla. Vestir de colores vivos, buscar el moreno (la vitamina D), salir al campo, comer fuera de casa y ponernos a dieta al mismo tiempo; volver a sonreír sin tapujos, caminar agarrados; compartir las penurias, estrecheces e infortunios, pero compartir. Y, ¡quién sabe!, tomar conciencia de que solos no somos nada, nuestra defensa es nuestra unión, la compasión compartida.
Ojalá, este pandemonio termine pronto y, sobre todo, nos haga despertar de nuestro egoísmo existencial. Solo somos pasajeros que subimos al tren de la vida en una estación y nos bajamos unas cuantas estaciones después, sin que el tren interrumpa su viaje infinito; Otros pasajeros seguirán en el vagón (algunos tal vez derramen alguna lágrima cuando nos bajemos), se sorprenderán de los mismos paisajes que nos encandilaron a nosotros. Nadie ha visto al maquinista, pero ahí está.
En estos difíciles tiempos es cuando cada uno de nosotros ha de extraer lo mejor de sí mismo y valorar la excelencia de los demás, todos viajeros del mismo tren. Estamos atravesando un largo túnel, pero volveremos a ver la luz, el paisaje, a sentir el frescor húmedo del amanecer, la luz mágica del ocaso y experimentar el conticinio en mitad de la madrugada.
¡Ánimo!
Con afecto
José Manuel (López Tricas)
Farmacia Las Fuentes
Florentino Ballesteros, 11-13
50002 Zaragoza