Según la Organización Mundial de la Salud, durante el último año (2017), 35 niños han muerto en Europa debido al sarampión. Esta cifra esconde un aumento de la incidencia de esta infección, altamente contagiosa.
En el año 2016 se registraron en Europa 5.273 casos de sarampión; y en 2017 el número se cuadruplicó hasta 21.315.
El virus del sarampión subsiste entre grupos de niños no vacunados, desde Rumanía hasta Reino Unido.
Durante el año pasado, 2017, el brote más importante se produjo en Rumanía, con 5.562 casos, donde se contabilizaron gran parte de los fallecimientos. Además, la incidencia más elevada se produjo entre la etnia romaní, más reacia a vacunar a sus hijos, y a llevarlos a centros hospitalarios cuando enferman. A ello hay que añadir que el sistema sanitario rumano continúa siendo muy deficitario.
El segundo brote (en número de casos) se produjo en Italia, contabilizándose 5.006 casos y tres fallecimientos. De todos los casos notificados, el 88% no habían sido vacunados; y otro 7% no habían recibido todas las dosis «de refuerzo».
Ucrania registró 4.767 casos. Otros países también notificaron casos de sarampión: Bélgica, Reino Unido, Francia, Alemania, Grecia, Rusia y Tayikistán (estos dos últimos países no europeos).
Los índices de vacunación en Europa son más bajos que en Estados Unidos. Los denominados movimientos anti-vacunas con argumentos seudocientíficos aúnan su propaganda con sectores protestantes ultra-ortodoxos, mezclando falsas convicciones de riesgos de la vacuna con creencias religiosas según los que la vacunación subvierte las leyes divinas al introducir gérmenes en un organismo creado por Dios.
Un mes de febrero de hace veinte años, el entonces Dr. Andrew J. Wakefield (hoy día desposeído de la licencia para el ejercicio de la medicina) publicó un trabajo en la prestigiosa revista médica británica The Lancet en la que vinculaba a la vacuna «triple vírica» (contra el sarampión-parotiditis-rubéola) con la inflamación intestinal y el autismo infantil. La revista realizó palinodia de la publicación. De hecho Andrew J. Wakefield se hallaba involucrado en la comercialización de vacunas monocomponentes cuyo éxito dependía del desprestigio de la «triple vírica». Además, para su «estudio» usó técnicas invasivas (colonoscopias), totalmente innecesarias, en niños sin contar con autorización expresa de ningún comité ético.
No obstante, la controversia generada por la publicación dio pábulo a muchos movimientos contrarios a la vacunación que, lejos de apaciguarse, han perdurado en el tiempo, asociados a movimientos religiosos ultramontanos.
Una encuesta de la London School of Hygiene and Tropical Medicine realizada en el año 2016 en 67 países evidenció que el país más escéptico acerca de la seguridad de las vacunas fue Francia, seguido de Rusia, Ucrania, Grecia y Bosnia-Herzegovina.
Los brotes de sarampión han determinado que algunos países implanten medidas coercitivas. Alemania e Italia obligan a que los niños sean vacunados a riesgo de sanciones administrativas a sus padres o tutores, que van de 600 a 3.000 euros.
En Estados Unidos los contagios rutinarios por sarampión se consideraron erradicados en el año 2000. Desde ese año se han producido brotes esporádicos desencadenados por viajeros que importaron la infección. En el año 2015, una persona infectada contagió a otras 39; y finalmente la infección se extendió afectando a 150 en el que se denominó «brote de Disneyworld».
A raíz del brote de Disneyworld, el estado norteamericano de California prohibió la exención de vacunación por motivos religiosos. A raíz de esta medida, los índices de vacunación aumentaron de manera muy notoria.
En Estados Unidos 1 de cada 20 contagios de sarampión se complica con un proceso neumónico; y la mortandad es del 1 – 2‰. Sin embargo, un número significativo de contagiados arrastran graves e irreversibles secuelas, tales como ceguera o sordera.
En países con bajos estándares de salud y nutrición infantil deficitaria, la mortalidad sobrepasa el 6‰.
A escala global, la vacuna contra el sarampión ha disminuido drásticamente la mortandad por sarampión. Mientras en la década de 1980 el sarampión causaba la muerte de 2,6 millones de personas, en el año 2016 (últimos registros disponibles) la mortalidad ha caído por debajo de las 100.000 personas.
Durante las últimas dos décadas, una alianza de diversas organizaciones filantrópicas agrupadas bajo el acrónimo GAVI, organización con sede en Ginebra y vinculada a UNICEF (United Nations Children’s Fund) y la Cruz Roja, han donado en conjunto 5,5 billones de dosis para la vacunación en países pobres. [GAVI es el acrónimo de Global Alliance Vaccine International]. Según la Organización Mundial de la Salud, el sarampión causa la muerte de alrededor del 6% de los niños con malnutrición; y de hasta el 30% cuando los brotes surgen en campos de refugiados. Prácticamente la mitad de todos los niños no vacunados viven en seis países: República Democrática del Congo (antiguo Zaire), Etiopía, India, Indonesia, Nigeria y Paquistán.
El virus del sarampión pertenece a la familia de los paramixovirus, género Morbillivirae. Es un virus ARN (su material genético está constituido por una hebra monocatenaria de ácido ribonucleico). Su diámetro se halla en el rango 100 a 200nm. [1nm = 10-9 metros)]. [Paramixoviridae, deriva del griego (latinizado) «para» que significa «más allá»; «mixo» traducible como «mucus»]. [Morbilliviridae, deriva del latín medieval «morbilli» que significa «pústula» que era como se designaba genéricamente a varias enfermedades infecciosas que tenían en común el desarrollo de pústulas, que hoy definiríamos como un cuadro exantemático].
Las vacunas contra el sarampión se desarrollaron durante la década de 1960, si bien los primeros ensayos de una vacuna experimental se llevaron a cabo en niños con retraso mental y otras discapacidades de un centro escolar adaptado de Boston, Massachusetts, Estados Unidos, en el año 1958 (San Katz y Thomas Peebles). No hace tantos años los criterios éticos en los ensayos clínicos con medicamentos eran muy laxos. Los ensayos clínicos en prisiones u orfanatos eran práctica habitual. Los resultados se consideraron favorables pero insuficientes (la vacunación todavía causaba algunos síntomas, aunque leves). Se procedió a inactivar todavía más los virus antes de preparar las vacunas.
En la primavera del año 1963 la Food and Drug Administration (FDA) norteamericana otorgó la licencia de la primera vacuna contra el sarampión. Los trabajos iniciales que la hicieron posible se llevaron a cabo en el Boston Children’s Hospital por un grupo de trabajo dirigido por John Franklin Enders, quien falleció en 1985 a la edad de 88 años. [J. F. Enders ex aequo Thomas Huckle Weller y Frederick Chapman Robbins fueron galardonados en el año 1954 con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus trabajos sobre el cultivo celular de otro mítico virus, el causante de la poliomielitis, apocopada polio.
La vacunación contra el sarampión se inició en España en el año 1978. La vacuna se administraba en una única dosis a los 9 meses de vida. A partir de 1981, se introdujo la vacuna «triple vírica» (que asocia en la misma preparación los virus atenuados del sarampión, parotiditis y rubéola). Al principio se administraba una única dosis a los 15 meses de vida. A partir de 1988, se administran dos dosis de la «triple vírica» separadas en el tiempo al menos 4 meses. La vacuna «triple vírica» está incluida en todos los calendarios de vacunación.
Zaragoza, a 27 de febrero de 2018
Dr. José Manuel López Tricas
Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria
Farmacia Las Fuentes
Zaragoza