Alrededor de 1880: carpa para enfermos de viruela del hospital St. Pancras, Londres.
Según la Real Academia de la Lengua española, una de las dos acepciones del término resiliencia es “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa”.
Históricamente, los brotes generalizados de enfermedades tienen el potencial de convulsionar las sociedades modificando sus patrones de conducta, incluso cambiando el rumbo de la Historia. Durante algún tiempo las sociedades (cada uno de nosotros) solo deseamos que todo “vuelva a ser como antes”, recuperar nuestra normalidad. Pero esto raramente suele suceder. Las grandes crisis (las pandemias por ejemplo) son como curvas en el devenir. El paisaje tras una curva pronunciada nunca es idéntico al que dejamos atrás.
Hace un lustro se comenzó a escribió una novela ambientada en el siglo XIX durante la pandemia (posiblemente de gripe) de 1830, que también llegó desde China.
El texto se hallaba en revisión cuando la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2 comenzó a cerrar nuestro mundo, aislándonos en nuestras casas de un modo inimaginable.
La pandemia narrada en la novela era terrible: mataba a nueve de cada diez contagiados; la actual tiene una mortandad relativamente baja (en relación al número de contagiados). Con todo es suficiente para agitar nuestros asentados patrones de comportamiento.
Existen otros ejemplos: La peste negra del siglo XIV en Europa provocó el fin de la servidumbre y el surgimiento de una incipiente clase media en la que se sustentaría más tarde la revolución industrial. Mató a un impresionante (imposible de calcular) número de personas, pero otra Europa resurgió de la catástrofe.
Sin embargo, una epidemia también puede modificar la política aumentando la represión y el fanatismo. Así sucedió cuando los Estados Unidos marginaron y persiguieron a los ciudadanos de origen asiático durante los brotes epidémicos de peste del siglo XIX.
Las amargas experiencias históricas no servirán para acabar con este mefistofélico virus, pero pueden resultar muy útiles para restañar el sufrimiento (social e individual) y forjar una sociedad más justa.
Adaptación.-
La peste negra (peste bubónica), causada por la bacteria Yersinia pestis que se expandió por Asia, África y Europa a partir de 1346, ha sido la crisis sanitaria más catastrófica (en términos de sufrimiento humano) de la Historia. Solo en Inglaterra (todavía no era Reino Unidos) mató a la mitad de la población en el bienio 1348-1349. En el conjunto de Europa, la mortandad se estimó en un amplio margen, entre un 30 y un 60%, terrible si se consideran cifras absolutas (After de Black Death: Economy, Society, and the Law in Fourteenth Century England, autor: Mark Bailey). En la sociedad agrícola del siglo XIV nadie recogía las cosechas; la mano de obra había muerto o huido.
También la peste bubónica fue un estímulo para la creación. Recuérdese que el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, fue escrito entre 1351 y 1353. Diez jóvenes huyen de la peste que asola Florencia (Italia), comprometiéndose a contar cada uno diez cuentos durante diez días. La mayoría de las cortas historias van de lo pícaro a lo erótico.
Para quienes sobrevivieron, la situación económica mejoró tras la epidemia; las tierras fueron más asequibles (más oferta, menos demanda), los impuestos se redujeron; y las oportunidades de empleo aumentaron. Así sucedió en los países de Europa occidental.
La situación en Europa oriental fue distinta: los terratenientes incrementaron su poder, la servidumbre se consolidó, y la sociedad se empobreció durante siglos.
¿Cómo se explica esta divergencia? No existe una razón, o un conjunto de razones, que lo justifiquen. Según teoriza Mark Bailey la peste negra aceleró tendencias sociales ya existentes. Sin embargo, en los países de Europa occidental, en los que el feudalismo se desmoronó, la situación no fue todo lo favorable que cabría esperar para los asalariados. Por ejemplo, el gobierno inglés impuso topes salariales a mediados del siglo XIV. El malestar de los ya muy pobres trabajadores del campo culminó en la Revuelta Campesina de 1381 (Peasants’ Revolt).
Los tiempos han cambiado mucho desde entonces; ¿o no? Pero el paradigma sigue vigente: social y económicamente no se sale indemne de una catástrofe. Nadie puede prever cómo será nuestra vida tras la pandemia, si bien será distinta a como era hasta ahora y algunos todavía confían en que vuelva a ser. Tal vez los cambios no sean inmediatos, pero sí inevitables; no individuales, pero sí sociales.
Lucha contra la desigualdad
En el año 1901, cuando una epidemia de peste negra azotó Sudáfrica, miles de habitantes negros fueron acusados de contribuir a expandir la pestilencia, siendo expulsados de las áreas urbanas. Estas expulsiones propiciaron, o consolidaron, una tendencia a la segregación racial que tuvo su culmen en el apartheid (una palabra de origen holandés surgida durante las Guerras de los Boers [Boers significa colono en lengua neerlandesa].
Estados Unidos también tiene un historial de políticas discriminatorias durante las diversas epidemias que han afligido al país. Tal vez el caso históricamente más reciente fue la sufrida por las comunidades asiáticas durante los brotes de peste a principios del siglo XX en San Francisco, California, y Hawái (los hubo también durante el siglo XIX).
La actual pandemia covid-19 también hace distinciones entre comunidades pobres y ricas, siendo aquellas más afectadas, al tener menos acceso a la atención médica, o ser más reticente a las normas y restricciones con las que se intenta frenar su expansión.
La antigua Roma estaba atormentada por brotes epidémicos de diversas enfermedades. Las epidemias se consideraban un castigo de los dioses, inevitables por tanto tras el “pecado” que la sociedad había cometido. Nada se podía hacer salvo asumir la punición. Se llevaban a cabo sacrificios o se recurría al teatro tratando de calmar la ira divina.
La respuesta espiritual a la enfermedad se instaló también en la cultura cristiana, así como en las demás religiones. Así sucedió, por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XIV durante la epidemia de Peste Negra. Las personas temían morir sin un entierro cristiano y llevar con ellos la enfermedad al purgatorio. Ahí surgieron los que podríamos llamar primeros seguros de deceso. Todos, incluso los más pobres, deseaban tener un entierro cristiano, y no ser arrojados a la fosa común, como era usual.
Más allá de la muerte y el sufrimiento de muchos, las grandes catástrofes (las pandemias lo son) ofrecen un halo de oportunidades a los supervivientes. Como todas las experiencias negativas, tienden a olvidarse en la embriaguez de la fortuna posterior. Pero sería conveniente aprender lecciones que van mucho más lejos que las del manejo de la situación en los momentos más dramáticos.
Zaragoza, a 19 de agosto de 2021
Dr. José Manuel López Tricas
Farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria
Farmacia Las Fuentes
Zaragoza